JOANNA
–
Vamos hijo, enséñale a Joanna lo que aprendiste hoy.
La
joven sonrió al ver cómo el pequeño Rhaegar se sostenía en pie, agarrándose con
fuerza a las manos de su madre. Ésta avanzó un poco sin soltarlo para obligarlo
a que diera un par de pasos, y, cuando finalmente soltó su mano, Rhaegar
continuó caminando con cierta soltura hasta que, ya prácticamente al lado de
Joanna, comenzó a tambalearse.
–
Está creciendo muy rápido –comentó Rhaella, sonriendo y acariciando el pelo de
su hijo–. Aerys se está perdiendo tantas cosas de él… Creo que ni siquiera será
capaz de reconocerlo cuando vuelva.
–
Es imposible no reconocerlo con este cabello –dijo Joanna, provocando la risa
de su amiga.
–
Sí, creo que esa será una pista más que evidente.
La
Lannister sonrió al mirar de nuevo a ese pequeño que tenía entre sus brazos.
Había crecido mucho, cada vez era más independiente y poco le faltaba para comenzar
a caminar por sí sólo. Sin duda, a Rhaella no le faltaba razón: su hijo había
cambiado mucho en solo unos meses, y tenía un cabello que podría ser hasta la
envidia de su propio padre.
–
¿Le echáis en falta? –Preguntó Joanna. Rhaella la miró sin entender, alzando
levemente las cejas–. Aerys –le aclaró la Lannister.
–
¿Echarle en falta? ¿Por qué esa pregunta?
–
Por vuestro anterior comentario… parecíais afligida al comprobar que vuestro
esposo se está perdiendo la infancia de vuestro hijo –Rhaella suspiró antes de
contestar.
–
Me apena por él… –contestó, acariciando suavemente el pelo de Rhaegar–. Un
padre no debería perderse ciertos momentos tan importantes. Aunque la verdad,
ni siquiera sé si para él es importante ver que su hijo está empezando a caminar
o que dice algunas palabras. Le echo de menos, sí… pero no como esposo. No le
amo como tal. Lo único que deseo es que vuelva sano y salvo.
Joanna
asintió nada más recibir aquella respuesta, sintiendo que, quizás, se había
inmiscuido en terrenos que no eran de su incumbencia, por lo que permaneció
callada sin decir nada más. Rhaegar permanecía tranquilo sobre su regazo,
bostezando y haciendo verdaderos esfuerzos por mantener los ojos abiertos,
provocando que la Lannister sonriera con dulzura.
–
Eres la que más lo tranquiliza –dijo Rhaella, que tampoco había apartado la
mirada de su hijo–. Ni la ama de crías, ni el resto de doncellas… ¡Ni siquiera
yo! Debe ser que tú le transmites mucha paz –comentó sonriendo.
–
¿Eso creéis? –Preguntó en voz baja al comprobar que finalmente el pequeño se
había quedado dormido.
–
Por supuesto, tú siempre has sido una mujer muy calmada, incluso cuando eras
una niña –explicó Rhaella sonriendo, cogiendo a su hijo con cuidado para que no
despertara–. Lo llevaré a su habitación.
De
nuevo Joanna asintió y se mantuvo en silencio, esperando a que la princesa se
alejara. «Serena y calmada… si en verdad
los niños son capaces de percibir los sentimientos de los adultos, entonces
está claro que Rhaegar prefiere a las personas preocupadas y nerviosas, y no al
contrario», pensó la joven con resignación.
Ya
no sabía si sentía compasión por la Targaryen o si, por el contrario, la
envidiaba. Si pensaba objetivamente en la situación, no tenía ni un solo
familiar directo luchando en aquella guerra, mientras que Rhaella debía rezar
todos los días por la integridad y la salud de su esposo. En cambio, bien
parecía que era el esposo de Joanna el que había partido a aquella guerra y no
el de Rhaella.
«Fuiste una estúpida, una maldita estúpida»,
se recriminaba a sí misma. «¿Tan difícil
era dejar el orgullo a un lado? ¿Y si le pasara algo? ¿Y si no vuelves a verlo
nunca más? Te arrepentirás durante el resto de tu vida…»
–
Soy una estúpida –se repitió de nuevo, esta vez en voz alta.
–
Si tú eres estúpida, no sé qué somos los demás...
Joanna
se giró rápidamente cuando escuchó aquella voz, encontrándose de frente con la
mirada violeta de la princesa. ¿Tan sumergida había estado en sus propios
pensamientos que ni siquiera se había enterado del momento en el que Rhaella había
vuelto?
–
¿A qué vino eso? –Insistió, sentándose frente al espejo e intentando ordenar
sus tirabuzones plateados con los dedos.
–
Nada, sólo pensaba en voz alta.
–
Y parece que en esos pensamientos no tienes muy buena opinión de ti misma. ¿O
son imaginaciones mías?
–
No, vos tenéis razón.
–
¿Puedo saber a qué se debe?
–
A que debí haberos escuchado en el momento adecuado y dejar atrás mi estúpida
tozudez.
–
Sigo sin comprenderte, Joanna –dijo Rhaella, mirándola a través del espejo.
La
Lannister se acercó a ella y, tomando un cepillo entre sus manos, comenzó a
cepillar el cabello de la princesa, con sumo cuidado.
–
No es justo que os diga esto, ni siquiera tengo derecho a decirlo… mas confieso
que os envidio.
–
¿Envidiarme? –Repitió la Targaryen, sumamente contrariada–. ¿Envidiarme por
qué?
–
Porque… porque vos no extrañáis a vuestro esposo… lo sé, es una estupidez. No
lo tengáis en cuenta, Alte…
–
¿Te arrepientes por no haber perdonado a Tywin antes de que se marchara? –La
interrumpió Rhaella, viendo que por fin entendía lo que le ocurría a su
doncella–. ¿Te atormenta pensar que, posiblemente, no regresará?
–
Sí –musitó la Lannister segundos después–. Supongo que la conciencia no me deja
tranquila… no quiero pensar que le ocurrirá algo, pero es imposible no hacerlo.
Está luchando en una guerra, al fin y al cabo. Puede que allí esté su… su… –suspiró–.
Ojalá nuestra despedida no hubiera sido así. Ahora él cree algo que no es.
–
¿Algo que no es?
–
Que lo odio…
–
Tonterías –dijo Rhaella, dejando escapar una leve carcajada–. Él no puede
pensar eso, se te notaba demasiado que sentías algo especial por él, y no se
trataba de odio, precisamente.
–
No actuaba de la misma forma cuando estaba a solas con él… especialmente en los
últimos días que estuvo aquí.
–
Da igual, debería estar ciego si realmente pensara eso.
–
No estaría tan segura, Alteza… –murmuró aún dubitativa.
–
A ti te pasa algo más –dijo Rhaella convencida, girándose para mirarla
directamente a la cara–. ¿Vas a contarlo ya o tengo que tirarte de la lengua? –La
joven Lannister se sorprendió al escuchar aquella pregunta. Viniendo de la boca
de la princesa podía parecer hasta amenazante, pues ella no solía emplear nunca
ese tono de voz.
–
Bien parece que me conocierais más que yo a mí misma –sonrió finalmente.
–
No creas, no es fácil saber si algo te ocurre… y cuando me doy cuenta de ello
realmente no sé cuál es la causa que lo provoca. Y justamente eso es lo que me
pasa ahora mismo: sé que algo te atormenta, mas no sé el qué.
–
Algo que a vos os acontece en multitud de ocasiones con vuestro esposo.
–
¿A mí con Aerys?
–
Más bien a vuestros celos cuando lo veis con alguna mujer.
Rhaella
abrió los ojos, mostrándose sumamente sorprendida por aquella revelación. Se
levantó para quedar a la altura de Joanna y así poder mirarla directamente a
los ojos, cara a cara.
–
¿Me estás diciendo… que estás celosa? –Preguntó aún sin comprender.
–
Es una estupidez, lo sé.
–
Pero… ¿por qué? ¿Y de quién?
–
De… de cualquiera, supongo. Bien sabéis que la gran mayoría de los bastardos
son fruto de las guerras. Siempre se dice que los hombres necesitan desfogarse…
-comentó Joanna con ironía.
–
No tiene sentido, es absurdo que te sientas así. Tywin no es un mujeriego, bien
lo sabes.
–
Hay muchas facetas de este mundo que no tienen sentido, Alteza. Vos misma
sentís celos cuando reconocéis no amar a vuestro esposo.
Rhaella
iba a replicar pero cerró la boca al escuchar esa última frase. Miró a Joanna
durante una fracción de segundo antes de girarse y caminar hacia el otro
extremo de la habitación, juntando las manos y entrelazando los dedos. «¿Está nerviosa?»
–
Lo que me ocurre no son celos –confesó finalmente, mirando a algún punto en
concreto de la habitación–. No puedo estar celosa porque, como bien has dicho,
no quiero a Aerys. Y aunque me debe la misma fidelidad que yo le debo a él,
bien sabía que no la cumpliría. Lo sabía… Después de todo es mi hermano y le
conozco perfectamente. Pero, al contrario de lo que pueda parecer, no me duele
su infidelidad, nunca me dolió –dijo, girándose en ese mismo momento para mirar
a su amiga–. Lo que me duele es su nulo recato. No le importa quién esté
delante, no le importa que toda la capital y que los Siete Reinos enteros sepan
de sus múltiples flirteos… Ni siquiera le importa si yo estoy presente, por eso
también se ha acostado con mis doncellas. Con todas ellas. Me humilla frente a
todo el mundo con ese comportamiento. Es una humillación, eso es lo que me
duele, Joanna: la humillación.
La
Lannister no supo qué decir. No era capaz de elegir las palabras adecuadas para
poder reconfortar un poco a la princesa. Lo único que le venía a la mente era
lo estúpida que había sido al decirle que, en cierta medida, la envidiaba.
¿Cómo podía siquiera envidiar una situación así?
–
Disculpadme, Alteza –fue lo único que pudo decir.
–
¿Por qué? Tú no tienes la culpa de mi desdicha.
–
Por mi anterior comentario. Dije que os envidiaba y fue, sin duda alguna, la
mayor estupidez que he podido decir en toda mi vida.
Por
curioso que pareciera, Rhaella se echó a reír, lo cuál sorprendió enormemente a
la doncella, que la miraba sin comprender.
–
Veo que te sigues martirizando a ti misma. No seas boba. La gran mayoría cree
que los reyes y los príncipes disfrutan de una vida llena de placeres, lujos y
alegrías. Yo dispongo de muchos lujos, pero de nada me sirven si no tengo
alegrías o placeres para disfrutarlos. Muchos envidian mi vida, y yo estaría
encantada de cedérsela a cualquiera, de cambiarme por ellos. Me cambiaría ahora
mismo por ti…
–
Yo también podría haber tenido un destino similar al vuestro, Alteza. De hecho,
aún es posible que me entreguen a un Lord por conveniencia.
–
¿Tu padre te mencionó algo en alguna ocasión? –Joanna negó con la cabeza.
–
Nunca… apenas
he tenido trato con él. He vivido aquí desde que falleció mi madre, mientras
que él estaba destinado en los Peldaños de Piedra. Si volviera con vida, creo
que ni siquiera reconocería su cara.
–
¿Y por qué piensas entonces que aún pueden concertar un matrimonio para ti?
–
No ha habido noticias de mi padre… quizás siga vivo, o quizás ya haya prometido
mi mano sin yo saberlo, lo cual no difiere mucho de lo que ocurrió entre vos y
vuestro abuelo.
–
¿Mi abuelo? Vuelves a errar, Joanna. Mi abuelo no le prometió mi mano a nadie.
–
¿Cómo? P-pero si fue él mismo quién os lo dijo; quería cumplir con la profecía.
–
No –negó Rhaella con la cabeza–, aquello sólo era una mentira que quiso
hacernos creer a Ser Duncan y a mí, una simple fachada… Es cierto que estaba
algo intrigado con aquella profecía, mucho más después de hablar tanto con
aquella chica, Jenny… Creo que le absorbió la cabeza con todas esas ideas de
dragones y príncipes prometidos. Por eso llegó a replantearse la idea de
casarme con Aerys, pero lo reconsideró poco después. Recuerdo que siempre que
le preguntaba sobre mi futuro, él me contestaba: "Te casaras con aquel a quién quieras. Además, el problema lo
tiene tu hermano y no tú. Él es el heredero, más le vale buscarse una buena
chica" –Rhaella rió levemente al recordar aquello–. Siempre bromeaba
con aquel tema… Por eso, cuando me confirmó que terminaría desposándome con mi
hermano, no le creí. Siempre estuvo en contra del matrimonio entre hermanos,
consideraba que esa tradición Targaryen nos traería más problemas que beneficios.
Discutía continuamente con mis padres por ese tema… él no quería que sus hijos
se casarán entre sí. Lo consiguió con el mayor, mi tío Duncan; y también con mi
tía Rhaelle, que ahora es Lady Baratheon. Pero mis padres ignoraron sus
consejos; estaban decididos a casarse, convencidos de que era la única forma de
que los genes Targaryen perpetuaran por completo. Por ello se desposaron en
secreto, a escondidas de mis abuelos, y por eso también concertaron mi
matrimonio con Aerys.
–
¿Y tu abuelo no pudo negarse? Él era el rey… si tanto le desagradaba, podría
haber rechazado de pleno sus planes –Rhaella negó con la cabeza.
–
No –contestó poco después–, la negociación de mi boda fue secreta, al igual que
la de mis padres. Y además… es el padre el que decide el matrimonio de sus
hijas. Nadie más que él, a no ser que ya hubiera fallecido.
–
Comprendo –Joanna se mantuvo un momento en silencio, dudando si formular la
pregunta que le estaba rondando la cabeza. Finalmente volvió a mirar a Rhaella
y vio en ella no solo a una princesa, sino también a una amiga. Aquello la
animó a seguir hablando y se decidió por preguntar algo que, probablemente, le
haría mucho daño a la Targaryen–. ¿Creéis que vuestro abuelo habría permitido
que os casarais con Ser Bonifer?
Tal
y como suponía, aquella pregunta hizo estragos en la joven princesa. Primero la
miró con sorpresa, y después suspiró sin llegar a decir nada, como si no
encontrara las palabras para contestar.
-
No lo sé… Imagino que prefería al primogénito de algún lord de los Siete Reinos
y no a un simple caballero. De ahí su disgusto inicial… aunque realmente se le
pasó en seguida –Rhaella sonrió levemente–. Recuerdo que vino a mis aposentos
la misma noche en la que terminó aquel torneo. Creí que vendría a recriminarme,
pero en vez de eso estuvo contándome algunas de sus anécdotas para hacerme reír
y así olvidar todo lo que había ocurrido. Aquella era su forma de disculparse,
aunque no lo dijera abiertamente. Tenía mucho carácter y se irritaba con
facilidad, pero se calmaba con la misma rapidez. Nunca fue rencoroso… –volvió a
quedarse en silencio, como si estuviera meditando–. Creo que si él hubiera
conocido más a Ser Bonifer, habría dado su consentimiento. Mas eso jamás
ocurrió. Ni siquiera yo he vuelto a verlo desde aquel día.
–
¿No sabéis nada de él? –Rhaella negó con la cabeza–. ¿Y no sentís añoranza por
ello? Han pasado años desde aquel torneo –insistió Joanna.
–
No he querido volver a saber sobre él, si es eso lo que me preguntas. ¿De qué
me serviría? Es inútil, mi destino ya está escrito. Prefiero no saber nada,
prefiero no hacerme ilusiones y vivir la realidad que me ha tocado vivir. No
puedo pasar los días soñando e imaginar que un día se presentará en las puertas
de la Fortaleza para rescatarme. Y tampoco quiero torturarme al imaginarlo con
otra mujer a su lado.
–
Eso no ocurrirá –dijo Joanna de repente, dejando a Rhaella algo aturdida–. Ser
Bonifer no se ha desposado y jamás podrá hacerlo.
–
¿Qué quieres decir con eso?
–
Ahora se dedica en cuerpo y alma a la Fe de los Siete, se ha refugiado en la
religión –aclaró Joanna ante la sorpresa de su amiga–. Coincidí con él poco
antes de vuestro matrimonio con Aerys, a punto de regresar a su hogar. Cuando
le pregunté por qué había tomado esa decisión, respondió que sólo la Doncella
sería capaz de reemplazaros en su corazón.
Joanna
comprobó que aquello había afectado profundamente a Rhaella, la cual respiraba
profundamente y miraba a todas partes menos a la Lannister. Supuso que lo hacía
porque si se cruzaban sus miradas, se echaría a llorar como una niña pequeña. Y
justo eso fue lo que pasó.
–
Puede que vuestro esposo no os guarde fidelidad, pero sí que lo hace vuestro
joven caballero –le dijo la rubia con una leve sonrisa, intentando consolar a
la princesa.
«No dejaré que me ocurra lo mismo que a ella.»
«No dejaré que me ocurra lo mismo que a ella.»
Qué bonito capítulo y qué bien está escrito, cuando te leo me parece tan sencillo retratar los sentimientos humanos, respetando su esencia siempre, y el uso que sabes hacer de los tiempos, el control de la cadencia.
ResponderEliminarMe encantó el anterior capítulo, hasta le cogí más cariño a los Baratheon (y eso que ya me gustaban). Y ahora, nos llevas con la historia a otro lugar, ¡me encanta! Sé que todo el tiempo te digo cosas como "WOW" cuando te he leído, pero es que siempre vas a más y a más y a más...
Buen día. Un beso.
Cristina.
Por fin me pongo al día XDDDD Después de tanta batalla (que las cuentas genial, oye, y me mola Steffon un montón), este capítulo es añsldjfasldjgañsldfjs. Ains, pobrecita Rhaella, lo que le ha tocado con Aerys u.u Y a ver si regresa ya Tywin y agarra a Joanna y ñasldjfalsñkdjgaklsñdjfasñlkdjfslñkafjs de una vez!!! XDDDD
ResponderEliminarUn besote y a seguir :)
Mira que no las tenía yo todas conmigo con este capítulo, porque después de tanta acción siempre queda un poco flojo volver a un lugar donde, relativamente, no pasa nada xD
ResponderEliminarPero después de leer vuestros comentarios veo que me equivoqué, que de hecho era necesario ese capítulo de transición entre tanta guerra. Siempre me dejáis con una sonrisa enorme en la cara.
Gracias por leerme y por vuestros comentarios. ¡Besotes para ambas!