TYWIN
Por
más que lo quisiera disimular y por más que lo negara, estaba tiritando de
frío. Aún con aquel calor húmedo e insoportable, él estaba congelado por
dentro.
–
No vas a convencerme de lo contrario, no estoy ciego ni soy un estúpido como tú
crees.
–
¿Por qué tanto empeño en asegurar que estoy enfermo?
–
Digamos que tienes una temperatura más alta de lo normal y, a pesar de ello,
pareciera que te encontraras en Invernalia con tanto tembleque.
–
Basta Aerys, es mejor que te quedes en tierra firme junto a Kevan –sentenció el
Lannister.
–
Tienes una fiebre descomunal, no conseguirás nada en ese estado. Sólo
entorpecernos –añadió Steffon.
–
Y no me apetece regresar a Desembarco del Rey con un príncipe muerto.
–
¿Le estás dando una orden a tu superior? ¿A tu futuro rey?
–
Realmente no. Sólo es un consejo, ya que soy tu consejero y ése es mi trabajo.
Pero si lo que quieres es morir, adelante. Toma asiento…
–
Bah… –Aerys se giró y comenzó a caminar, alejándose de ellos–. Muy bien, me
quedaré aquí. Aprovecharé que esta vez mi acompañante es guapo y podremos
disfrutar de bellas damas.
Kevan,
que hasta ese momento no había prestado mucha atención a la conversación, abrió
los ojos con sorpresa y miró a Tywin con cierta vergüenza y nervios, como si
quisiera decirle que él no tenía nada que ver con eso.
–
Haced lo que queráis –dijo Tywin con indiferencia, provocando que el gesto de
sorpresa de Kevan se acentuara aún más.
–
¿Hablas en serio? –Le preguntó el joven sin salir de su asombro.
–
No voy a apoyarlo, pero mientras yo no vea nada… –Tywin se encogió de hombros–.
Eres lo suficientemente adulto para saber lo que quieres y lo que debes hacer.
Yo, simplemente, no quiero enterarme –dijo justo antes de girarse, dispuesto a
marcharse.
Kevan
no lograba reaccionar, no sabía qué decir. Se quedó tan aturdido que provocó la
risa de Steffon.
–
Vaya cara de pardillo, guaperas. Así no conquistarás a ninguna "bella
dama" –comentó sin parar de reír.
–
¡No tengo intención de conquistar a nadie! –Dijo nervioso.
–
No te vendría mal. Las heridas sanan antes con esa medicina –añadió guiñando un
ojo.
–
Steffon –le llamó Tywin, ya algo alejado.
–
Sí, ya voy –Steffon bufó levemente pero volvió a sonreír de lado al mirar a
Kevan–. Hazme caso chaval, y disfruta de la vida.
Steffon
dejó a Kevan aún más aturdido que antes, lo cual le provocó de nuevo un ataque
de risa.
–
Así que alentando a mi hermano para que se acueste con cualquiera –recriminó
Tywin una vez que el Baratheon le había alcanzado y caminaba a su lado.
–
Tú tampoco se lo has prohibido, Lord Perfecto –dijo medio riendo–. Lo has
dejado al borde del colapso. Pobrecillo… ¿Crees que irá con Aerys? –Tywin negó
con la cabeza.
–
Lo dudo.
–
Bah, eres un amargado. No dejas que tu hermano disfrute un poco de un buen par
de…
–
Ya he oído suficiente.
–
¡Tywin! ¡No seas cobarde y enfrenta tus miedos! ¡Tú también necesitas un buen
par de tetas! –Gritó a los cuatro vientos.
–
¡Cállate de una vez!
Al
Lannister le sacaba de quicio aquel comportamiento tan infantil del Baratheon,
sobre todo cuando lo ponía en ridículo como en aquel momento. Pero su carácter
también le daba un soplo de aire nuevo, algo de lo que sólo había
disfrutado en la vida cuando se encontraba con su hermana Genna. No se había
percatado de ese detalle hasta que Lord Ormund murió y Steffon dejó de ser el
mismo durante varios días. Creyó que el muchacho de cabeza alocada había muerto
para siempre, dando paso a un hombre serio y maduro, digno de heredar su
posición como Lord. Por momentos, Tywin pensó que Steffon se había convertido
en algo muy parecido a lo que era él mismo. Pero aquello fue sólo una simple
ilusión, casi un espejismo, pues el joven había vuelto a mostrar aquella
sonrisa socarrona poco después.
– No me sirve de nada llorar
eternamente la muerte de mi padre –le había confesado tiempo atrás–. No
soluciono nada con las lágrimas. Eso no quiere decir que no esté triste, o que
no lo extrañe. Realmente lo recuerdo todos los días y, por raro que parezca,
sonrío al hacerlo. Creo que si yo estoy feliz, él también lo estará. Es como si
viviera dentro de mí… no sé, es difícil de explicar, amigo Lannister.
– Creo que te entiendo.
– ¿Tú también perdiste a alguien?
– Es posible.
La
siguiente batalla estaba a punto de comenzar. Después de varios días
planificando estrategias y coordinando sus nuevas fuerzas, habían empezado a
movilizarse. Con Piedrasangre en su poder, sólo les faltaba conquistar Horca
Gris antes de adentrarse en el resto de islas para llegar cuanto antes a
Tyrosh, que desde un principio fue su principal objetivo. Ser Gerold Hightower
había asumido el rol de líder tras la muerte de Lord Ormund Baratheon, cuyo
cuerpo habían mandado de vuelta a las Tierras de la Tormenta en aquel navío que
era el prestigio de la familia.
– Desde la llegada de los Greyjoy,
la Furia ya no nos es necesaria aquí… prefiero que sea el hogar de mi padre
hasta que llegue a casa. No podría permitir que viajara en otro barco.
– ¿En cuál irás tú a partir de ahora?
– En el tuyo, por supuesto.
– Por todos los Dioses… –se quejó
el rubio, llevándose la mano a la frente.
– No te quejes tanto, amargado. En
el fondo lo estabas deseando.
– Créeme, si sigues así, acabaré
tirándote por la borda.
– Uuuuh, qué miedo, mira cómo
tiemblo.
«Poco a poco todo vuelve a la
normalidad. La herida de Kevan ya ha cicatrizado, Aerys al fin puede caminar
más de cien pasos sin caerse, y Steffon… bueno, el mal de Steffon no tiene
cura.»
Viajaban
en la misma nave, junto a los caballeros más importantes de Poniente.
Hightower, el Toro Blanco, era el más serio de todos ellos, y también el más
intimidante. Estaba siempre pendiente de todo lo que ocurría y también mostraba
interés por el estado de sus soldados. Ser Harlan y Ser Barristan eran los que
más tiempo pasaban a su lado, en especial Harlan, con quien parecía mantener
una buena relación de amistad. Lo mismo ocurría con Selmy y Ser Brynden, que ya
se conocían de torneos anteriores donde debieron enfrentarse. Y por otro lado
estaba Lord Hoster, al que casi siempre veía junto a otro hombre que Tywin no
conocía.
–
Su apellido es Baelish –dijo Steffon de repente, mientras continuaba amolando
su espada.
–
¿Cómo dices? –Preguntó Tywin.
–
Aquel hombre al que miras con tanta suspicacia –aclaró, lanzándole una fugaz
mirada–. Es un Baelish, ¿reconoces ese apellido? –El Lannister dudó durante
unos segundos.
–
¿Los Dedos? –Steffon asintió.
–
Mala región para gobernar, ¿no crees?
–
No veo por qué, en Los Dedos no hay absolutamente nada. Nadie le molestará. No
tendrá ni un maldito problema; en definitiva, es un hombre con suerte.
–
Ja, tu sarcasmo a veces me hace dudar del tipo de persona que eres. Si
continúas con esos comentarios, Joanna volverá a enfadarse contigo.
–
¿Eh? ¿A qué ha venido eso, maldito zopenco?
–
Uhh, creo que ya he sacado a la fiera que guardas dentro.
–
Respóndeme… –exigió el rubio con seriedad.
–
Vaya, vaya, ¡he enfadado al Lannister! ¡Tiemblo de miedo!
–
Steffon, ¡haz el favor!
El
moreno se inclinó levemente hacia atrás, tal y como hacía siempre justo antes
de reír, pero esta vez se contuvo al mirar el rostro de su compañero.
–
Quién lo diría… el heredero de los Lannister, tan temido y respetado por sus
compañeros y subordinados, de repente se asusta por un simple comentario –dijo
el Baratheon sonriendo–. Reconócelo, querido amigo: esa mujer te ha calado muy
profundo. ¿Hay algo que debería saber y aún no me has contado? –Preguntó en un
susurro, juntando su hombro al suyo.
–
No responderé hasta que tú no hayas respondido a mi pregunta –dijo con total
seriedad.
–
Ya veo, controlas bastante bien tus emociones, Tywin… pero he visto la angustia
perfectamente reflejada en tu cara. Y ni se te ocurra negarlo. Temes perder a
esa muchacha, juraría que la quieres más que a ti mismo, lo cual ya es
increíble…
–
Basta –le cortó Tywin, enfadado y a la vez sintiendo cierta vergüenza. «¿Qué infiernos…?»
–
La quieres –volvió a insistir Steffon, sin ningún atisbo de duda.
El
rubio se alejó sin argumentar nada, apoyando los codos en la baranda del barco
mientras dejaba escapar una ligera bocanada de aire. No tenía ánimos para
responder a esa cuestión, y tampoco se veía capaz de soportar el humor de
Steffon en ese tema. Cerró los ojos y, por un momento, se vio a sí mismo
solo en aquel navío, creyendo que el Baratheon habría comprendido que
necesitaba un momento de soledad.
–
¿Huyes de la realidad? –Le preguntó de repente el moreno.
–
Era demasiado bueno –comentó Tywin con resignación, comprobando que lo que
había imaginado era simplemente eso, un sueño.
–
¿Eh? ¿De qué hablas?
–
No me vas a dejar sólo, ¿verdad?
–
Já, serías el mayor de los ilusos si creyeras algo así.
–
Tal y como imaginaba… aunque no sé qué quieres que diga si ya lo has explicado
todo tú.
–
¿En serio? –Preguntó Steffon sin dar crédito–. ¿Me estás dando la razón?
–
Eso parece. ¿Contento? –Cuestionó Tywin, mirándole directamente a los ojos para
encontrarse de frente con la sonrisa socarrona de su amigo. «Oh, no...».
–
Pues no, sinceramente aún no estoy contento. Porque realmente ya lo sabía,
incluso se lo dije a la belleza de tu prima…
–
¿Cómo? –Interrumpió el Lannister.
–
Pero me duele que mi mejor amigo no me dijera nada –comentó con sarcasmo,
fingiendo una pena y un llanto realmente exagerado, y olvidando por completo la
pregunta de Tywin–. ¿Acaso no confías en mí?
–
¿Qué le dijiste a Joanna? –Insistió, ignorando las muecas del moreno.
–
¿De verdad quieres saberlo?
–
¿Quieres otra paliza?
–
Joder, mira que eres agresivo. No le dije nada grave, solo que estabas loco por
ella.
– Ah, ¿solo eso? –Dijo Tywin con ironía, alzando las manos en un gesto de
desesperación–. Por los Siete…
–
Y deberías saber algo más.
–
¡No! ¡No quiero saber absolutamente nada más!
–
¡Si es lo más importante!
–
¡No me interesa!
–
Te lo diré de todas formas –dijo con autosuficiencia–. Ella también está loca
por ti. Oh, ¡qué bonito es el amor! –Exclamó con un tono de voz más afeminado,
inclinando la cabeza hacia atrás y llevándose una mano al pecho con fuerza.
–
Valiente tontería… –dijo chasqueando la lengua–. ¡Deja de comportarte como un
idiota! –Gritó al ver que el moreno continuaba en la misma posición.
–
No puedo evitarlo, es el poder del amor.
–
Lo que tú digas –dijo renegado–. Valiente poder al que idolatras, dudo que
Joanna te haya dicho algo así.
–
Pues claro que no, ¿acaso eres idiota? –El aludido gruñó al escuchar aquello–.
Las mujeres nunca confesarían algo así a la ligera.
–
¿Entonces? ¿Me explicas cómo puedes afirmar tan rotundamente que Joanna
está...? ¿Cómo era? ¿”Loca por mí”? –Comentó
con sarcasmo.
–
¡Porque se le nota, imbécil! –Exclamó un hastiado Steffon–. Para ser tan
inteligente hay que explicártelo todo –resopló.
–
¡Caballeros!
Tywin
y Steffon se giraron nada más escuchar esa voz, al igual que el resto de
hombres que se encontraban en la popa. Unos pasos más alejado se encontraba Ser
Gerold, estático, sujetando la empuñadura de su espada con la mano izquierda.
Vestía su característica armadura plateada, a excepción del yelmo, y sobre sus
hombros comenzaba la capa blanca distintiva de la Guardia Real, tan larga que
prácticamente rozaba el suelo, y cuyo leve balanceo le daba un aspecto aún más
señorial del que ya poseía.
–
Prepárense, Horca Gris ya está a la vista. Esta batalla no será como la de
Piedrasangre… No voy a permitir que se cometan los mismos errores –declaró con
contundencia.
Jojojo, sustancia de la buena, sobre todo con Steffon ejerciendo de Jesús Puente en "Lo que necesitas es amor". Y los Baelish no van a dar problemas, no... XDDDDDDD ¡Muy bueno!
ResponderEliminarNo sabes lo que me pude reír con esa comparación jajajajajajaja. Los Baelish tenían que salir sí o sí. Aquí hay muchos guiños ;)
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