KEVAN
Día 97
Hoy Steffon decidió
despertarnos con un buen lingotazo de vino… derramado sobre nuestras cabezas,
por supuesto. Tygett no ha parado de despotricar en toda la mañana, mientras
que Tywin no ha mudado el gesto en ningún momento, ganándose así un nuevo apodo
por parte de Steffon: "carapiedra". Aerys en cambio estaba
constantemente mirándose en cualquier recipiente que le devolviera el reflejo
para ver cómo le quedaba su nuevo color de pelo. Ha llegado a asegurar que es
mucho más bello con ese tono violeta, y que jamás volverá a lavarse el cabello
para así poder mantenerlo.
–
No dejaré que cometas tamaña atrocidad, carapiedra.
–
¡Eh! ¡Ese apodo es mío! –Indicó Steffon.
No ha sido tan malo después de
todo. Aún recuerdo la mañana que decidió darme un manotazo en la herida del
hombro para despertarme… Claro que, de todos nosotros, el peor parado ha sido
Aerys, al que en una ocasión le dio un puñetazo en el abdomen, causando que el
príncipe vomitara y ganándose así la gran reprimenda de mi hermano. Aunque,
como siempre se dice, después de la tormenta llegó la calma.
Pero aquí la calma dura poco, y
cuando es excesiva llega a asustar. Ya llevamos más de tres meses aquí, hemos
librado muchas batallas… Atrás quedan los días en los que me obligaba a
continuar escribiendo este diario para que las molestias del hombro cesaran. Ya
no queda ninguna secuela, ni un sólo ápice de dolor, tan solo una fea cicatriz
que me recordará para siempre esta guerra.
– Kevan, deja eso ya y apaga la vela –se quejó Tygett.
– Ya voy, pesado.
Sólo nos queda el último tramo, mas
también es el más peligroso de todos.
Mañana volveré al campo de batalla.
Mañana entraremos en Tyrosh.
Kevan
se giró y comprobó que tanto Steffon como Aerys estaban ya profundamente
dormidos, mientras que Tygett daba vueltas buscando una posición más cómoda.
Justo cuando apagó la vela pudo escuchar como éste susurraba un "ya era hora" y volvía a darse
la vuelta, logrando conciliar el sueño al instante, pues era el único que
roncaba en esa tienda. «Qué facilidad»,
pensó Kevan con cierta envidia mientras caminaba de puntillas hacia el
exterior, procurando no hacer ruido. Nada más salir se encontró con Tywin, que
estaba justo al lado de la entrada, sentado en el suelo como si se encontrara
de guardia. Al sentir su presencia, Tywin giró la cara para mirar a su hermano,
con un gesto algo inquisitivo.
–
¿Aún despierto? –Preguntó.
–
El ambiente aún está cargado de vino –dijo mientras se sentaba a su lado–.
Necesitaba respirar un poco de aire fresco, aunque para tu alivio debo decir
que Aerys ya ha recuperado su color natural de pelo.
Tywin
sonrió muy levemente, prácticamente sólo un atisbo, para después negar con la
cabeza.
–
Son como niños –habló Kevan de nuevo–. ¿También son así en la Fortaleza Roja?
–
Sí, siempre.
–
Entonces es un milagro que no te largaras de allí el primer día.
–
Quise hacerlo, ¿no recuerdas mis cartas?
–
Las recuerdo, eran una acumulación de improperios. Por momentos pensaba que la
que escribía esas cartas era Genna y no tú.
–
Ella los habría tirado por el acantilado a los cinco minutos. Yo… bueno, me
acostumbré con el paso del tiempo.
Kevan
sonrió, sin mirarle y sin decirle nada más. Por momentos pensó que era
demasiado sádico al sonreír en un momento así, cuando se estaban jugando la
vida, mas era imposible no sentirse feliz por un instante. «Supongo que yo también me he terminado acostumbrando a ellos.»
–
¿Estás preparado para lo que nos espera mañana?
–
¿Te refieres a si estoy listo para ver las monstruosas cabezas de Fuegoscuro?
–
No imites a Steffon, ya tengo suficiente con él –se quejó Tywin mientras Kevan
reía levemente.
–
Perdona –dijo aún sonriendo–. Lo cierto es que no debería actuar así en un día
clave como éste, pero después de todo, ya no me da miedo. De hecho, no podré
saber si estoy preparado hasta el mismo momento en el que empiece la batalla.
Tywin
reflexionó durante unos segundos aquellas palabras y finalmente se levantó
diciendo: – Buena respuesta. Te conozco bien, así que sé que no tengo por qué
decirte que actúes con cautela.
–
No –dijo Kevan, poniéndose también en pie–. No es necesario que lo digas.
La
noche fue increíblemente tranquila, sin percances, sin ruidos, sin nada que los
molestase; y al amanecer Steffon volvió a vestir su rostro de guerra: serio,
sin bromas y sumamente concentrado, tal y como hizo en Piedrasangre.
«Cuidado con las flechas»,
se repitió Kevan a sí mismo antes de desembarcar. «Y también con las mazas», pensó al recordar el estado en el que se
había encontrado Aerys durante tantos días. Pero desde el primer momento en el
que Kevan pisó tierra firme, solo vio flechas y mazas, mazas y flechas. «¡Este debe ser mi día de suerte! ¡Malditos
sean los Siete Dioses, uno por uno, pues ninguno me escucha!»
No
supo si actuaba por miedo o simplemente por instinto, mas lo único que pudo
hacer fue protegerse la cabeza con el escudo y correr de frente mientras
lanzaba espadazos a diestro y siniestro, como si fuera un novato luchando su
primera batalla. Prácticamente no miraba hacia dónde se dirigía, lo único que
le interesaba era avanzar, sin detenerse, procurando que nadie le obstaculizara
el paso, y no fue consciente de sus acciones hasta que se percató de que el
ambiente estaba mucho más tranquilo que antes, como si se hubiera alejado de la
batalla. Fue bajando el escudo con lentitud, con cierto respeto, pues no sabía
qué podría encontrarse frente a él. Al hacerlo se vio completamente sólo, en un
distrito que había sufrido las consecuencias de varias batallas. «¿Qué Infiernos has hecho, Kevan? ¿Por qué
estás aquí?»
Más
allá de la rabia que sentía consigo mismo por haber actuado así,
presagiaba que su sitio estaba justo en
ese lugar. Algo en su interior se lo decía: allí había algo que lo esperaba a
él.
Echó
un vistazo a sus espaldas, observando aquella contienda que había dejado atrás,
y pensó durante algunos minutos el dilema en el que se encontraba: ayudar a sus
hermanos en el campo de batalla o seguir con aquella loca corazonada. Por
extraño que pareciera, optó por la segunda opción.
–
¿Cómo es posible que me haya alejado tanto del centro de la ciudad? –Se
preguntaba así mismo mientras caminaba sin saber muy bien hacia dónde,
observando todo lo que había a su alrededor y pendiente de cualquier mínimo
sonido o movimiento. Hasta que lo escuchó.
Kevan
se giró por completo al oír la tos de un hombre. Sólo había sido un segundo
pero juraría saber de dónde provenía, e incluso podía asegurar que aquel hombre
era o bien muy mayor o bien padecía de un fortísimo resfriado. Examinó durante
unos segundos la casa de donde provenía aquel sonido, parándose justo en la
puerta… si es que aquella acumulación de escombros podía ser considerada una
puerta. El edificio estaba completamente en ruinas, prácticamente inhabitable,
lo que hizo dudar al Lannister sobre si habría escuchado bien o no. «¿Acaso es posible que alguien pueda vivir
aquí?»
Kevan
se adentró en el interior lo más sigiloso que pudo, tarea arduamente difícil al
vestir una armadura. «Me protegerá de
ciertos ataques, pero para esconderme lo tengo crudo…», pensaba mientras
seguía caminando, evitando las piedras y los escombros. Volvió a dudar al
comprobar que el único sonido que llegaba a sus oídos era el del choque de las
espadas y los gritos de dolor de la batalla que había abandonado, hasta que,
entre todo aquel ruido, escuchó perfectamente la pesada respiración de una
persona. Supo inmediatamente que no se encontraba en peligro, pues ahí dentro
sólo había un hombre, y cuando avanzó hacia la siguiente habitación pudo
comprobar con estupor que además era alguien conocido. O al menos alguien a
quién conocía, pues hacia largos años que no lo veía, y el estado en el que se
encontraba era realmente lamentable.
Kevan
se acercó a él aún en silencio, como si no quisiera molestarlo con cualquier
mínimo ruido, y se acuclilló al lado de aquel hombre que yacía en el suelo.
Éste mantenía los ojos cerrados, y el gesto de su rostro reflejaba dolor y
fatiga. El pelo, de color rubio ceniza, lo tenía alborotado y ligeramente
mojado en los mechones de la frente, posiblemente por el sudor, y la piel
le brillaba levemente a causa de los reflejos del sol que entraban por algunos
agujeros que había en la pared. Kevan supuso que estaba padeciendo de unas
altas fiebres, pues a pesar del cálido ambiente no era normal sudar así, y
mucho menos tener un rostro tan demacrado.
–
Ser Jason… –musitó casi con miedo–. ¿Me escucháis? ¿Estáis bien? –Al no recibir
respuesta, el joven posó una mano sobre el hombro del enfermo y le apretó
ligeramente–. Tío Jason…
El
mencionado torció el gesto, frunciendo el ceño y ladeando sus finos y resecos labios.
Apretaba con fuerza los ojos, como si quisiera abrirlos pero tuviera que
recurrir a un esfuerzo sobrehumano para lograrlo. Cuando finalmente lo
consiguió, Kevan pudo observar que aquellos ojos que antaño fueran tan verdes
como los suyos propios, ahora parecían prácticamente grises, sin vida, sin
expresividad. El hombre miró al muchacho durante largo rato mientras respiraba
profundamente, bastante fatigado. Por un momento el joven pensó que aquel
hombre nunca llegaría a hablar, hasta que por fin Ser Jason separó sus labios.
–
Te recuerdo –susurró con voz ronca–. Hijo de mi hermano… ¿el primero? –Kevan
negó con la cabeza antes de responder.
–
El segundo –contestó.
–
Oh… Kevan… Sí, es cierto. Tú te pareces a Jeyne… Los demás son burdas copias de
Tytos.
Jason
cerró los ojos de nuevo justo antes de romper a toser. Se llevó la mano al
pecho, sujetándose con fuerza, como si algo en su interior estuviera roto y así
pudiera evitar que el dolor fuera a más. Fue entonces que Kevan reparó en la
herida que sufría en el pectoral, horriblemente cerca del corazón.
–
¿Qué os ha pasado? –Preguntó el joven alterado–. ¿Quién os ha hecho esto?
–
¿Esto? –Volvió a preguntar Jason, refiriéndose a aquella puñalada–. No es nada
de lo que uno deba preocuparse… el daño ya está hecho… y no hay escapatoria
posible para mí –dijo antes de llevarse la mano a la boca ante un nuevo ataque
de tos–. ¿Llegaron mis cartas, Kevan? –Preguntó una vez se recuperó.
–
Sí –contestó–. Por eso estamos aquí, por eso sabíamos la localización de
Maelys. Habéis hecho un gran trabajo.
–
Maelys… –mencionó con una leve sonrisa torcida–. Tened cuidado con ese
monstruo. Es más astuto de lo que parece.
Al
sonreír, Kevan comprobó que su tío tenía los dientes manchados de sangre, lo cual
le preocupó de sobremanera. «¿Está
tosiendo sangre?» Nada más pensar en ello le echó un rápido vistazo a la
mano con la que antes se había tapado la boca, y descubrió que, efectivamente,
también había sangre en ella.
–
¿No hay ninguna cura? –Preguntó Kevan de repente.
–
No… –respondió Jason, comprendiendo al momento el motivo de aquella pregunta–,
quizás la hubiera al principio, pero es demasiado tarde ya.
–
¿Fue Maelys?
–
Quién sabe –respondió encogiéndose de hombros–. Fui demasiado torpe, y un iluso…
No me percaté de nada… Estaba seguro de que confiaban en mí… Pero ya ves que no
fue así. Por suerte, pude sacar suficiente información. Aún así… sed muy
cautos, Kevan –dijo antes de que le atacara un nuevo golpe de tos–. Han controlado
por completo la ciudad… Alequo, uno de sus aliados, se ha proclamado a sí mismo
Arconte de Tyrosh.
–
¿Aliados? ¿La Banda de los Nueve? –Jason asintió–. Son unos simples
mercenarios, ¿cómo puede Maelys confiar tanto en ellos?
–
No lo hace, ¿por qué crees que estoy así? Pero consiente que Alequo tenga poder
en la ciudad porque se sabe más fuerte que él… En el momento que quiera, podrá
arrebatarle su puesto.
–
No puedo creer que sea tan fuerte como se dice. Es un sólo hombre.
–
Es un monstruo, Kevan –dijo agarrándole del hombro–. Un monstruo de dos cabezas…
El
joven recordó todas las leyendas que había leído sobre el último descendiente
de los Fuegoscuro, pero era totalmente escéptico a creer en todo lo que se
decía sobre él. Y continuaría así hasta que lo viera con sus propios ojos.
Es el padre de Johanna supongo...Este Steffon es un trasto xDD, vaya trio mas raro hacen...Muy bien escrito siempre me quedo con ganas de mas!!
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