JOANNA
–
Oh, por cierto, hoy llegó un cuervo –dijo tendiéndole el rollo de un pergamino
que guardaba en el interior de sus ropajes–. Me tomé la libertad de cogerlo por
ti, espero que no te importe.
Joanna
tomó aquel pergamino con mayor rudeza de la que pretendía, pero al comprobar
que el sello no era un león y que, además, permanecía intacto, respiró
tranquila y logró calmar sus nervios.
–
¿Ocurre algo? Si te molestó no volveré a…
–
No, no importa –le cortó Joanna–, siento haber sido tan brusca, no pretendía
actuar así con vos. Disculpadme.
–
Estás muy alterada últimamente –dijo finalmente Aerys sin borrar aquella
sonrisa–. ¿Es por causa de tu familia?
–
Así es, Alteza –respondió secamente. Le resultaba imposible añadir algo más.
–
¿Ha habido novedades? Se comenta mucho que estos sucesos podrían suponer la
caída de la casa Lannister… ¿Tú qué opinas?
–
No sé nada de eso, Alteza, mas confío ciegamente en mi familia.
–
Eso está bien, después de todo, la familia es lo único que nos queda.
–
Opino lo mismo.
Aerys
volvió a sonreír de aquella forma tan sumamente misteriosa para Joanna, lo cual
provocó un leve escalofrío en el cuerpo de la chica.
–
Si me permitís me retiraré a mi alcoba, me gustaría leer la carta.
–
Faltaría más, yo también debo atender ciertos asuntos –comentó justo antes de
ponerse en pie–. Nos veremos más tarde.
–
Cuando gustéis…
El
príncipe inclinó levemente la cabeza y se marchó. Joanna respiró profundamente
y cerró los ojos para tranquilizarse. «Realmente
tiene razón, estoy demasiado nerviosa.» Desde que Tywin se marchara, no
había recibido ninguna noticia, lo cual la angustiaba enormemente. Solo
escuchaba rumores que no paraban de circular por toda la capital. Hablaban de
traiciones, de revueltas, de la inminente caída de la casa Lannister, e incluso
de asesinatos y suicidios. La joven sabía que no debía creer en esas
habladurías, pero ante la falta de noticias sentía que, quizás, alguno de
aquellos rumores podría esconder algo de verdad.
La
presencia de Aerys tampoco ayudaba en aquellos momentos. Después de su
enfermedad había vuelto a acercarse a ella, aunque su comportamiento era mucho
más comedido que antes, lo cual Joanna agradecía gratamente. Aún así, el joven Targaryen seguía siendo una persona muy inquietante para ella.
«Es realmente enigmático, nunca sé qué es lo
que se le pasa por la cabeza», pensaba mientras subía las escaleras hacia
su alcoba. «En muchas ocasiones me
sorprende con una sonrisa increíblemente dulce y de repente parece que
estuviera poseyéndome sólo con la mirada.»
Volvió
a suspirar una vez se sentó en su cama, ya algo más relajada. Miró la carta que
tenía entre sus manos y sonrió al ver de nuevo aquel blasón. Las palabras de
una buena amiga eran justo lo que necesitaba en ese preciso instante. Rompió el
sello y comenzó a leer la carta de Loreza, que la sorprendió y alegró a
partes iguales. Había tenido otro hijo, un varón sano y fuerte.
–
No me dijiste nada de este nuevo embarazo –dijo Joanna sonriendo–, maldita…
Aquella
carta denotaba que Loreza estaba realmente feliz, pero también se mantenía
cautelosa. Había perdido a dos hijos cuando solo eran bebés, y su hija Elia
resultó ser una niña muy delicada y enfermiza. La madre tenía que estar
constantemente pendiente de ella para que no le ocurriera nada, y ahora haría
lo mismo con el recién nacido. Mas Joanna presentía que aquel niño sería tan
fuerte y saludable como su hermano mayor.
–
Oberyn Nymeros Martell… es un buen nombre. Un nombre de guerrero…
Estaba
sumergida en sus propios pensamientos cuando alguien llamó a su puerta,
provocando que Joanna se sobresaltara.
–
¿Sí?
–
¿Interrumpo? –Preguntó Rhaella al abrir la puerta. La princesa parecía algo
sorprendida y extrañada.
–
No, para nada. ¿Ocurre algo?
–
Oh... creí que estabas con alguien… juraría haberte oído hablar.
–
Escuchasteis bien –confesó Joanna, sin poder evitar la risa–. Hablaba conmigo
misma… bueno, con Loreza –dijo mientras mostraba la carta.
–
¿Tuviste noticias de ella? ¡Al fin!
–
Sí –sonrió la Lannister–. ¿Sabéis? Ha tenido un hijo, un varón. Nos ocultó su
embarazo por temor a perderlo. Qué boba…
Después
de varios segundos en completo silencio, Joanna comprendió que algo no iba
bien: – ¿Qué sucede? No parecéis muy contenta con las buenas nuevas…
–
No, no es eso –Rhaella sonrió levemente–. Por supuesto que me alegro, solo que
me parece muy curioso.
–
¿Curioso? No os entiendo.
Rhaella
se acercó y se sentó con suavidad al lado de Joanna, como solo los Targaryen
sabían hacer.
–
Creo… creo que estoy encinta.
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