Fanfic que recrea la juventud y el ascenso de Tywin Lannister al poder. Está basado en la saga de libros "Canción de Hielo y Fuego" de George R.R. Martin, por tanto ni los personajes ni los lugares me pertenecen.

domingo, 22 de marzo de 2015

Capítulo 33

INTERLUDIO

Año 259 AL

El sol se alejaba, comenzaba a descender, muy despacio. «Falta poco para que anochezca… y entonces se irá este maldito calor.» El caballero sonrió para sí mismo tras ese pensamiento. Mantenía los ojos cerrados, aunque el resto de sus sentidos se encontraban alerta. No le estaba permitido distraerse, él mismo no se permitía jamás relajarse mientras se encontrara desempeñando sus servicios como caballero de la Guardia Real.

El calor era realmente insoportable, y llevar una armadura no era de gran ayuda en esos momentos. Sentía que aquella temperatura le iba agotando poco a poco, minando su resistencia. Pero continuaba en su puesto, recto, prácticamente inmóvil,… y sonriendo muy levemente por la conversación que allí se estaba dando.

– No podemos marcharnos sin más, sería un despropósito. Su señora esposa está en un avanzado estado de gestación.
– No veo qué problema puede haber en ello.
– Podría dar a luz en mitad del viaje. O mucho peor, podría perder al bebé e incluso morir ella misma.
– Eso no ocurrirá. Mi hijo sabrá cuál es el mejor momento para nacer, y lo hará en un día grandioso y sumamente importante. Tan importante como él mismo. ¿Ves que hoy sea un día así? ¿Ha ocurrido algo relevante que deba saber?
– No, Alteza –respondió la muchacha, renegada.
– ¿Entonces por qué tantas negativas? Solo quiero volver a casa junto a mi familia –dijo Aerys, posando una mano en el abultado vientre de su esposa.
– El viaje es largo, Alteza. Durará varios días y no es conveniente para la salud de la princesa Rhaella, ni tampoco para la de vuestro hijo.
– Bobadas.
– Aerys… –Rhaella posó una de sus manos sobre la de su esposo, que aún se encontraba descansando sobre su vientre–, déjalo estar. Tampoco estamos tan mal aquí, ¿no?
– No, por supuesto que no… pero ya sabes que no me gusta este lugar.
– Solo… serán unos días –contestó la princesa, sofocada.

Aerys puso los ojos en blanco pero finalmente asintió, renegado y dándose por vencido. El caballero tuvo que contener una carcajada al ver semejante escena. «Parece que nuestro joven príncipe es un hombre caprichoso, a veces se comporta como un crío.» Sonrió levemente. «Aún le quedan años por aprender, después de todo su padre también era así… y a veces continúa igual.»

En un momento dado miró a su alrededor y comprobó que era el único caballero de la Guardia que se encontraba en la sala. «¿Dónde se ha metido ese canalla?» Inhaló aire profundamente, algo molesto.

– ¿Ocurre algo, Ser? –Preguntó la doncella que se encargaba de atender personalmente a la princesa Rhaella en todo lo necesario. Aquella pregunta hizo que ambos Targaryen dirigieran la mirada hacia él, como si acabaran de percatarse de su presencia.
– No, nada milady, sólo es el calor.
– Já, se nota que no sois de la sangre del dragón, Hightower –comentó Aerys, soltando una carcajada–. Seguro que tenéis tantas ganas de marcharos como yo.
– Eso no es de mi incumbencia, Alteza.
– Oh, vamos, sed sincero.
– No molestes a Ser Gerold –inquirió Rhaella.
– ¡Pero si fue Joanna la que empezó! –Protestó Aerys, con gesto divertido. Esta vez fue la propia Joanna la que entornó los ojos, haciendo caso omiso de las “acusaciones” del príncipe–. ¿Veis? ¡Ya hasta me ignora!

Rhaella no pudo evitar sonreír ante las ocurrencias infantiles de su esposo, pero justo entonces hizo una mueca de dolor. Ser Gerold se alertó, Joanna se acercó rápidamente a la princesa, e incluso el propio Aerys la miró preocupado.

– No es nada, no es… nada –dijo Rhaella–. A veces pasa… solo quiero… un poco de agua.

Joanna salió rápidamente de la sala y al instante volvió acompañada de otra doncella, la cual llevaba una jarra con agua. Mientras ella se encargaba de servir una copa, Joanna se esmeraba en secar el sudor del rostro de la princesa.

– Tranquila, Joanna –comentó Rhaella después de haber dado un largo sorbo a su copa–. No es nada. Supongo que el pequeño también se queja de calor.
– Qué tontería. Cuando llegue el invierno echaréis de menos la calidez del verano –objetó Aerys al tiempo que se levantaba–. Aunque creo que os vendría bien descansar –dijo posando un suave beso en la frente de Rhaella–. Si me disculpáis, saldré a dar un paseo, a disfrutar de este maravilloso tiempo.

Aerys salió de allí al mismo tiempo que la otra doncella, por lo que aprovechó para arrebatarle el paño húmedo que llevaba y pasárselo por la nuca, suspirando levemente ante el cambio de temperatura: – Gracias –le dijo a la joven doncella nada más devolverle el paño, dedicándole una breve y pícara sonrisa.

Joanna suspiró, exasperada: – No tiene remedio, aunque lleva razón en que deberíais descansar.
– Estoy bien –murmuró Rhaella, sonriendo levemente y volviendo a contemplar el paisaje a través de la ventana–. Me gusta este lugar… da mucha paz.

Así era, sin duda, y más desde que Aerys había abandonado la sala, pues el silencio reinaba el ambiente. Ser Gerold aprovechó ese momento para acercarse a ambas jóvenes con solemne rectitud.

– Alteza, si me disculpáis debo seguir con mis obligaciones. Mandaré en seguida a otro guardia para que las custodie.
– No se preocupe, Ser Gerold –le sonrió Rhaella con amabilidad–. Nosotras estamos bien y todo está tranquilo. Puede retirarse –el caballero hizo una reverencia perfecta antes de despedirse.
–Alteza, milady.

La princesa asintió con la cabeza, pero la joven Lannister se mostró algo perpleja. Justo antes de salir, Gerold pudo escuchar perfectamente como ésta le comentaba algo a Rhaella en susurros: –Es la primera vez que alguien me trata por “milady”…
– A lo mejor le gustáis.
– ¡Pero Alteza…!

Las risas de Rhaella inundaron el  lugar en ese momento, y Ser Gerold no pudo más que negar con la cabeza mientras sonreía. «Mujeres», pensó nada más salir al exterior. Echó un vistazo a los alrededores, buscando a ese canalla hasta que al fin dio con él, cerca del estanque.

– ¿Así es cómo cumplís órdenes, Ser? –Le preguntó nada más llegar a su lado. El aludido dio un respingo, pero se relajó nada más verlo.
– Gerold, me has dado un susto de muerte, creí que eras Ser Duncan.
– Podría avisarle de que alguno de mis hermanos juramentados no cumplen con sus obligaciones, el efecto sería el mismo.
– Oh vamos, no seas así. Relájate un poco y deja de caminar tan recto. A veces me da la sensación de que te vas a partir –Gerold comenzó a reír.
– Y yo que pensaba que se alababa mi rectitud.
– Como para no, impones con ese aspecto, Toro Blanco.
– Pues contigo parece que no funciona, continúas aquí, sumamente tranquilo.
– Ahí dentro hace un calor de muerte, y la princesa está perfectamente. Además siempre está acompañada por alguna de sus doncellas, sobre todo por esa chica Lannister.
– Sin duda es la más competente. Más que tú, incluso.
– Posiblemente –rió–. Pero no podrás negar que tengo razón. La Lannister cuida mejor de ella que cualquiera de nosotros, y si algo ocurriera no tardaría en llamarnos.
– Coincido, sin embargo el Lord Comandante te dio una orden.

Ser Harlan bufó y luego le lanzó una mirada cómplice a su compañero: – Si tú no le dices nada de esto a Ser Duncan, yo tampoco le diré que ahora te estás librando de tu trabajo.
– Yo no estoy haciendo tal cosa.
– ¿Cómo que no? Estás charlando conmigo, eludiendo así tus deberes tan importantes –comentó remarcando las últimas palabras.
– De eso nada, a mí se me ordenó que vigilara toda la residencia, jardín incluido –declaró guiñándole un ojo.
– Suertudo, seguro que aprovechas y estás más tiempo fuera que en ese maldito castillo. El ambiente está demasiado cargado ahí dentro. ¿A quién se le ocurre la genial idea de construir una residencia de verano en las Marcas de Dorne?
– A los Targaryen –ambos se echaron a reír–. Ya sabes, a los dragones les gusta el calor.

Ser Gerold vio cómo el sol comenzaba a esconderse tras el horizonte y cómo el cielo se teñía de tonos rojizos. Y entonces no vio nada más. Un fortísimo estruendo sonó a sus espaldas, tan atronador y escalofriante que no sabía cómo identificarlo o con qué compararlo. El sentido común hizo que cerrara los ojos, se tapara los oídos y se arrodillara, aunque la fuerza expansiva era tan grande que al final cayó tumbado en el suelo. No supo cuánto tiempo había pasado hasta que volvió a abrir los ojos. Le pitaba el oído izquierdo. Era molesto, pero el derecho estaba perfectamente y escuchaba con todo lujo de detalles cada uno de los gritos que se mezclaban en el ambiente. Alertado, se irguió con rapidez, y no podía creer lo que veían sus ojos: el castillo estaba en llamas.

Refugio Estival, en llamas, quemándose, convirtiéndose en cenizas, y el ala derecha de aquella estructura completamente destrozada.

– Por todos los Dioses… –murmuró Gerold, intentando ponerse en pie, intentando reaccionar–. Por los Siete, ¿qué ha pasado aquí?

Su alrededor era un auténtico caos: las personas corrían, gritaban despavoridas, se quitaban la ropa quemada o se tiraban al suelo en un intento desesperado por apagar las llamas que les abrasaban.

Su primer pensamiento fue el rey Aegon. El segundo fue Rhaella. Tenía que salvarlos, a ambos. Iba a correr y adentrarse en aquel infierno que hacia apenas unos segundos era un castillo esplendoroso cuando de repente se percató de la ausencia de su compañero.

– ¿Ser Grandison? –Preguntó mirando a su alrededor–. ¡¿Harlan?! ¡HARLAN! ¡HARLAN, ¿DÓNDE ESTÁS?!

No estaba allí, y tampoco le respondía… Hasta que vio el estanque. Ser Gerold se arrodilló cerca del agua, tratando de observar el interior. Lo encontró al momento, intentando emerger a la superficie, pero la armadura no se lo permitía, era demasiado pesada. Gerold no se lo pensó dos veces: se puso en pie y con su espada cortó los cinchos de su armadura. Nada más quitársela se lanzó al agua y dio gracias a que el estanque no fuera demasiado profundo, aunque sí lo suficiente para ahogar a un caballero con armadura que no sabía nadar. Sujetó a Ser Harlan por las axilas y consiguió sacarlo a la superficie prácticamente sin esfuerzo. Éste se aferró con fuerza a la tierra de la orilla, tosiendo fuertemente e intentando restablecer su respiración.

– Vamos, ¡vamos! –Le instaba Gerold para ayudarlo a salir del agua. Cuando lo logró, cortó los cinchos de su armadura y se la quitó–. ¿Estás bien? –Harlan asintió, aún con la respiración alterada.
– ¿Qué ha pasado?
– No lo sé pero hay que entrar ahí –comentó mientras empezaba a correr–. Tenemos que salvarles.

Ambos corrieron hacia el castillo, hacia el ala izquierda, ya que la derecha estaba completamente en ruinas. Nada más entrar escucharon los gritos de una mujer. Gritos de dolor.

– Es Rhaella –mencionó Harlan, que sin pensarlo dos veces se adentró en el interior del castillo mientras gritaba el nombre de la princesa. Gerold le seguía también con paso decidido, aunque no dejaba de buscar a su alrededor. Buscaba algún signo de vida, más sólo encontraba humo, llamas y un hedor insoportable. El olor de la muerte, de la carne quemada.

Reconoció perfectamente el cuerpo de un soldado que yacía en el suelo, siendo devorado por el fuego. Gerold sabía que ya no podía hacer nada por él, que ya nada podría salvarlo, pero era su camarada. Aquella capa que antaño fuera blanca se lo hacía ver. No podía quedarse quieto sin más. Se acercó a aquel cuerpo inerte y lo arrastró como pudo, con pies y manos, para alejarlo de las llamas. Se arrepintió nada más girar el cuerpo para verle el rostro. Aún así hizo lo mismo con el segundo soldado que encontró. Y de nuevo, volvió a arrepentirse. Sin embargo, no ocurrió igual con el tercer cuerpo.

– Aerys, ¡Harlan, es Aerys! –Le gritó a su compañero mientras se acercaba al joven Targaryen. Ambos fueron hacia él y suspiraron con alivio al comprobar que estaba libre de quemaduras, al menos a simple vista. Tenía una pierna atrapada entre varios escombros, y seguramente había recibido otro golpe en la cabeza, pues sangraba bastante por la sien izquierda y estaba completamente inconsciente. Pero respiraba, estaba vivo–. Sácalo de aquí –le ordenó Gerold a Harlan una vez que hubieron apartado todos los obstáculos–. Yo seguiré buscando, tú ponlo a salvo –y echó a correr antes de que Harlan pudiera protestar. Aunque no tuvo que adentrarse demasiado, pues la halló en seguida. A ambas.

La Lannister intentaba ayudar a Rhaella, pero ésta iba completamente inclinada hacia adelante, gritando de puro dolor y con ambas manos en el abdomen, como si quisiera sujetar a su hijo. Las lágrimas resbalaban por sus mejillas y se podía entrever un surco de sangre entre sus piernas. La joven doncella trataba de alentarla para que continuara, mas era imposible. Sencillamente, Rhaella no podía seguir caminando.

El caballero apartó una viga que obstaculizaba su camino y no esperó ni un solo segundo más para tomar a Rhaella entre sus brazos y cargar con ella.

– Gracias a los Dioses –murmuró la Lannister entre toses–, gracias… Ser.
– Seguidme y tapaos la nariz y la boca con la manga de vuestro vestido, procurad no respirar el humo.

La joven obedeció y no se separó de su lado en todo momento. Lo complicado era cargar con Rhaella en ese estado, pues cualquier mínimo movimiento suponía un fuerte dolor para la muchacha.

– Lo siento Alteza pero debéis aguantar un poco más. Si no aumento el ritmo, jamás saldremos de aquí.

Rhaella no llegó a responderle, simplemente le miró a los ojos y asintió, dándole a entender que podría soportarlo. Para ambos fue sin duda una odisea, aquello era un infierno que no parecía tener fin… hasta que al final salieron al exterior. La princesa gritó fuertemente, algo que Ser Gerold interpretó como una mezcla de alivio y sufrimiento por partes iguales.

El caballero la dejó suavemente sobre la hierba e intentó calmarla: – Tranquila, ya estáis a salvo Ahora buscaré a alguien que pueda ayudaros.
– Rhaella… –la doncella se arrodilló a su lado, tomando la mano de la princesa entre las suyas.
– ¡Ser Gerold!

El caballero se giró y vio cómo Aerys corría hacia él, el mismo al que había encontrado hacia escasos minutos. Se le notaba algo torpe en sus movimientos, bastante cojo, y con aquella herida en la cabeza que no dejaba de sangrar. Iba a decirle algo pero pareció olvidarlo por completo al ver a Rhaella.

– Necesita a una partera, o a un septón, o alguien que sepa algo de embarazos. Vuestra esposa dará a luz de un momento a otro –Aerys parecía no reaccionar, su vista se había quedado clavada en las piernas de Rhaella, que cada vez estaban más manchadas de sangre–. Alteza, ¿me habéis escuchado? –Repitió Ser Gerold.
– Sí, sí, por supuesto –murmuró el joven, dirigiendo por fin su mirada a los ojos del caballero.
– Bien, ¿puedo dejaros al cargo de ella? Yo tengo que entrar ahí de nuevo. He de buscar a vuestro abuelo y a vuestro padre.
– Mi padre está bien, Ser –le comunicó Aerys–. Estaba fuera cuando empezó… todo esto.

El príncipe miró por un instante el castillo de Refugio Estival. Después observó a su alrededor, buscando a alguien que pudiera ayudar a Rhaella: –Tenga cuidado ahí dentro, Ser. Yo me encargaré de mi mujer.

Gerold no esperó más y fue directo al castillo. Otra vez ahí dentro, solo que ahora había más humo y apenas quedaba algún lugar que no hubiera sido devorado por las llamas. Se agachó y caminó inclinado, tapándose la boca con la mano. El camino era cada vez más complicado, pero estaba decidido a llegar hasta allí, fuera como fuese. Sabía que el rey se encontraba en aquella sala antes de la explosión, mas esperaba que hubiera salido de allí, porque sino… «No pienses en eso ahora», se recriminaba a sí mismo.

Le lloraban los ojos los cuales le picaban muchísimo a causa del humo. Su visión era cada vez más dificultosa y le dolían las manos por varias quemaduras que había sufrido. Y aún así seguía adelante, hasta que llegó a su objetivo, aunque no sabía decir si realmente aquel era su objetivo. El pequeño salón y las habitaciones contiguas estaban completamente derruidos. Todo era fuego y escombros. Y nada más.

– No… –se dijo a sí mismo–. No, no puede ser… ¡No! ¡Aegon! –Iba a entrar dentro cuando sintió como una mano ajena le sujetaba del brazo, impidiéndole entrar.
– ¡Estás loco! –Le gritó Harlan, el cual había logrado alcanzarle–. ¡Si entras ahí no saldrás con vida! ¡Y si nosotros seguimos aquí tampoco! ¡El techo está a punto de caer!
– ¡El Rey está ahí dentro, tenemos que salvarle! –Le respondió Gerold, obcecado.
– Si el Rey está ahí, claramente ya está muerto. ¡No podemos salvarlo!
– ¡Claro que sí! ¡Si tú no quieres, vete! ¡Pero yo entraré! ¡SUÉLTAME!

Gerold logró zafarse de aquel agarre, ignorando las advertencias de su compañero. Apenas pudo avanzar diez pasos antes de que Harlan volviera a sujetarlo.

– ¡Te he dicho que me sueltes! –Gerold iba  a replicar de nuevo hasta que vio una capa y una armadura que le resultó muy familiar. Ser Harlan también la vio. Era la capa del Lord Comandante. Era el cuerpo de Ser Duncan, pero sólo lo sabían por su armadura, pues tenía el rostro desfigurado.

– No… –se lamentó Gerold con lágrimas en los ojos. Esta vez eran lágrimas de tristeza y no por causa del humo–. Duncan… Ser Duncan… –sintió como su cuerpo se caía, como si pesara más de lo que él mismo podía soportar. Aguantaba de pie solo porque Harlan continuaba sujetándolo.
– Vámonos de aquí, Toro Blanco. Ya no podemos hacer nada más –dijo también conmocionado. Gerold asintió y, ayudándose mutuamente, consiguieron salir de aquel lugar. «Lo siento», pensaba el caballero en todo momento.

La escena que presenció al salir le alivió enormemente, aunque nada podría calmar la pena eterna que le embargaba. A lo lejos, cerca del estanque, vio su propia armadura junto a la capa blanca. Caminó hasta allí, despacio y horriblemente cansado, solo para recuperar su capa. Después volvió con ellos. Rhaella continuaba tumbada en el suelo, exhausta, con la cabeza apoyada sobre las piernas de Aerys, cuya herida parecía que empezaba a coagular. Ser Gerold se arrodilló junto a ellos y le tendió a Rhaella su capa blanca para que pudiera envolver con ella a su hijo recién nacido.

– Lo siento, Alteza.


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