Fanfic que recrea la juventud y el ascenso de Tywin Lannister al poder. Está basado en la saga de libros "Canción de Hielo y Fuego" de George R.R. Martin, por tanto ni los personajes ni los lugares me pertenecen.

viernes, 3 de abril de 2015

Capítulo 34

JOANNA

Nunca había visto a tantas personas hospedadas en la Fortaleza Roja, cada una de una casa distinta, de un lugar diferente… Iban llegando poco a poco, congregándose allí para celebrar la coronación del nuevo rey de Poniente: Jaehaerys, el segundo de su nombre. Después de un riguroso luto por lo acontecido en la tragedia de Refugio Estival, la capital volvía a lucir sus mejores galas para festejar un acontecimiento tan importante como ése. Mas era pronto aún para algunas personas, en especial para la Guardia Real, ya que únicamente habían sobrevivido Ser Gerold Hightower y Ser Harlan Grandison. Todos los demás, incluido el Lord Comandante Ser Duncan, habían perecido en aquel desastre, por lo que una de las principales tareas del nuevo rey sería restaurar la Guardia Real.

El propio rey se mostraba algo aturdido por la rapidez con la que se estaban dando todos los hechos. Quizás fuese demasiado para él, pues no sólo había perdido a su padre, el rey Aegon V, sino también a su hermano mayor Duncan. Los restos de su cuerpo y los de su esposa fueron encontrados en la misma habitación donde estaban Aegon V y Ser Duncan, una habitación en la que se rumoreaba que había comenzado aquel incendio.

Varias de las doncellas de Rhaella, sirvientes de Aerys y diversos criados de la corte habían encontrado allí la muerte. Ante tantas bajas era lógico que aquella coronación se celebrara cuanto antes, visto que había mucho trabajo por delante.

– ¿Creéis que será verdad lo que dicen?
– ¿Sobre qué?
– Sobre el hecho de que la explosión fue por causa de mi abuelo al intentar abrir huevos de dragón.
– Eso son tonterías, Rhaella. No sé cómo eres capaz si quiera de creer en algo así.
– No sé –dijo la chica encogiéndose de hombros–, supongo que quiero buscar alguna explicación a todo lo que pasó… Y junto a ellos estaba la esposa de mi tío Duncan, quien, sinceramente, tenía unas ideas un tanto… extrañas. Ella fue quien presentó a aquella niña del bosque.
– ¡¿Niña del bosque?! Dime que estás bromeando, Rhaella.
– ¡Claro que no! Aquella niña, o mujer, o lo que quiera que fuese, leyó la profecía del príncipe prometido. Ella lo profetizó y mira todo lo que supuso para mí.
– Sería una bruja mandria, no una niña del bosque. Esos desaparecieron hace…
– ¡Shh! Callaos, vais a despertarlos –murmuró Joanna, que no dejaba de observar las dos cunas que tenía frente a ella. En una estaba Oberyn, de nueve meses, grande, de tez morena y cabellos negros como su madre. En la otra se encontraba Rhaegar, que tan solo contaba con unos días de vida, de piel pálida y cabellos plateados, y, quizás, el niño más hermoso que Joanna había visto en su vida. Ambos dormían plácidamente mientras otra niña los miraba, al lado de la doncella.
– Son… diferentes –murmuró Elia, quien intentaba encontrar algún rasgo similar entre ellos. Aquello era, sin duda, una tarea imposible.

Joanna sonrió y volvió a posar sus ojos en Rhaegar. La tragedia de Refugio Estival les había arrebatada a muchas personas, pero también les había ofrecido a un nuevo heredero, a un futuro rey. La Lannister sentía la imperiosa necesidad de coger a aquel niño entre sus brazos cada vez que lo veía, aunque era tan pequeño que siempre pensaba que podría hacerle daño.

– Te noto absorta –murmuró Loreza, que se había acercado sin que Joanna se diera cuenta–. No será… que estás esperando un hijo, ¿no?

Joanna se sonrojó al momento, abriendo la boca de pura sorpresa: –¡Pues claro que no! ¿Cómo se te ocurre decir tal cosa? –Loreza empezó a reír al ver como Joanna había caído en su trampa, así que esta vez tuvo que ser Rhaella la que ordenara silencio.
– Al final los despertaréis –murmuró la princesa, acariciando suavemente la cabeza de su hijo.

La Targaryen había sufrido mucho por la muerte de su abuelo y Ser Duncan, a quienes les guardaba un cariño especial, pero la dicha de haber dado a luz a un hijo varón saludable le devolvía la alegría. Rhaegar era lo más preciado para ella en aquel momento.

– Debe ser bonito, ¿no?
– ¿El qué?
– Ser madre.
– Lo es –le contestó Rhaella, sonriendo.
– ¿Ves? Estás ensimismada –intervino de nuevo Loreza–. Seguro que dentro de unos días nos sorprendes a todos con tu embarazo.
– Estás loca –comentó Joanna riendo, por lo que Loreza y Rhaella también comenzaron a reír mientras que Elia las miraba sin comprender.
– No sería tan raro ver a una madre soltera –insistió Loreza.
– Joanna no es de ese tipo de mujeres –comentó Rhaella–, sospecharía antes de ti que de ella.
– ¿De mí? –Preguntó Loreza, fingiendo sorpresa e indignación–. Oh, no sé cómo podéis hacer tal acusación, Alteza.
– Mirad –les interrumpió Joanna, la cual había visto algo a través de las ventanas de aquella habitación–. Han llegado los Baratheon.

Rhaella y Loreza se acercaron para observar a la familia que acababa de llegar, junto a un jinete que portaba el estandarte con el característico blasón de la familia. Del carruaje bajaron Lord Ormund Baratheon y su esposa Rhaelle. Su hijo en cambio iba aparte montado en su caballo.

– No sabía que vendría Rhaelle –comentó Loreza.
– Es hermana del rey, y por tanto un familiar directo.
– Cierto… Cualquiera diría que Steffon comparte sangre con vosotros, ¿de verdad es hijo de Rhaelle? –Preguntó riendo.
– Está claro que sus genes son puramente Baratheon –dijo Joanna sonriendo.
– Eso no lo duda nadie, es idéntico a su padre. Ahora entiendo por qué los Targaryen os casáis entre vosotros, tenéis unos genes muy débiles.

El resto de la mañana pasó así: cuidando de los niños, charlando entre ellas y observando a las distintas familias que llegaban a la capital para celebrar la coronación. Solo las casas más importantes se hospedarían en la Fortaleza Roja, como la mencionada casa Baratheon, la Tyrell o la suya propia, la Lannister. Cuando vio llegar a Tywin junto a su padre, no supo muy bien qué hacer. Quería bajar para recibirlo ella misma, pero aquella no era su tarea. Ambos serían recibidos por el rey, o quizás por Aerys, y luego alguno de los criados les mostrarían sus aposentos, mientras que ella seguía atendiendo sus obligaciones como doncella de la que, muy pronto, sería nombrada Princesa de Rocadragón. Tendrían que encontrarse más tarde, ella lo sabía, por lo que la sorpresa fue mayor cuando llamaron a la puerta de su habitación y le vio entrar.

– ¿Qué hacéis aquí? –Preguntó Joanna, sin poder ocultar su sorpresa–. Os hacía comiendo junto a los representantes de las otras casas.
– He dejado que sea mi padre el que se encargue de esas comidas tan aburridas –le sonrió–. Yo prefería verte a ti.
– ¿Y cómo sabíais que estaba aquí?
– También es la hora de comida para la familia real, y recordaba perfectamente tus aposentos después de mi clandestina visita.
– Oh… –Joanna se sonrojó notablemente–. Ya no lo…

No pudo terminar la frase, pues Tywin se había acercado a ella para estrecharla entre sus brazos, con fuerza. La impresión fue tal para ella que le costó reaccionar.

– ¿Mi señor…?
– No sabes el alivio que siento al ver que estás bien. No… Cuando supe de lo sucedido en Refugio Estival, cuando me confirmaron que estabas allí en aquel momento, yo… –suspiró fuertemente, hundiendo aún más su rostro en el cabello de Joanna. La joven se compadeció de él en aquel momento y quiso tranquilizarlo, así que correspondió a su abrazo con ternura. «Nunca le había visto así
– Tranquilo –murmuró–, ya veis que estoy bien, no me pasó nada.
– Gracias a los dioses…
– Vaya, y yo que pensaba que vos no erais religioso.

Tywin dejó escapar una leve bocanada de aire y Joanna percibió como todo él se relajaba. Sabía que estaba sonriendo en aquel instante aunque no pudiese verlo, ya que aún la tenía apresada entre sus brazos. Cuando finalmente empezó a separarse lo hizo despacio, para después posar sus ojos verdes sobre los de ella.

– Y es cierto, no soy religioso –confesó–, pero esta vez debo darles las gracias.
– No es para tanto.
– ¿Eso crees? Agradece que al llegar aquí te vi cuchicheando con tus amigas mientras nos mirabais a todos desde la ventana, porque sino me habría importado muy poco la bienvenida de Jaehaerys. En vez de eso, habría venido directamente a buscarte a ti.
– No seríais capaz de hacer algo así.
– No me pongas a prueba.
– ¿Y cómo que cuchicheando? –Dijo Joanna, poniendo los brazos en jarra y sonriendo levemente de lado, con picardía–. ¿Me estás comparando con una vieja alcahueta?
– Sí –confirmó Tywin, cruzándose de brazos y mostrando un aire de altivez muy característico en él–. Es justo lo que estaba insinuando.

La joven no pudo evitar la risa. Hacía varios meses que no le veía, por lo que pensó que cuando volvieran a encontrarse la relación entre ellos sería más tensa, sobre todo teniendo en cuenta todo lo que había sucedido en las Tierras de Occidente por entonces. Pero lo cierto es que todo se mantenía igual que antes, con esa confianza mutua que parecía innata.

– Siento lo que pasó con los Tarbeck –murmuró Joanna.
– ¿Por qué lo sientes?
– En parte fue culpa de mi hermano, y eso atañe a mi familia.
– No seas boba. Tu hermano fue un estúpido que quiso darse ínfulas de algo que no es. Creyó que por llamarse Lannister nadie le haría nada –resopló–. Es cierto, nos complicó mucho las negociaciones, pero no fue el culpable de todo esto. No… esto viene de antes… mucho tiempo atrás.
– ¿Y creéis que acabará algún día?
– Por supuesto, lo que no sé es cómo.

Después de pasar varios minutos conversando, Tywin finalmente se despidió de ella.

– Esta vez no podremos vernos tan a menudo. Mañana marcharé de nuevo a la Roca, justo después de la coronación.
– Lo suponía.
– ¿Y comprendes el porqué? –Joanna asintió y Tywin se acercó de nuevo a ella para posar un suave beso en su mejilla–. Gracias por este momento –dijo justo antes de salir.

Joanna sonrió y se mantuvo a solas en su cuarto durante un tiempo, pues necesitaba reflexionar. Adoraba a Tywin, cada vez que se juntaba con él era un soplo de aire fresco y se olvidaba por completo de todas sus preocupaciones. Había pasado una larga temporada sin verlo y, aunque le había echado en falta, creyó que cuando volviera a encontrarse con él todo habría cambiado, o incluso terminado. Mas no fue así. Lo supo en el mismo momento en que le vio entrar por la puerta y notó como los nervios se apoderaban de ella. Tywin seguía ejerciendo ese efecto a pesar de todo, como si fuese una joven doncella enamorada por primera vez. «¿Y no es eso lo que soy realmente?» No sabía explicarlo, no sabía qué sentía realmente y tampoco tenía con qué compararlo. En algún momento de su vida se había sentido fascinada por la belleza de Aerys, mas la atracción que experimentaba con Tywin superaba a la del Targaryen con creces. Pero, después de todo, el amor no se basaba solo en la atracción, y Joanna sabía que Tywin estaba enamorado de ella. Lo sabía, lo notaba en sus gestos, en el hecho de que jamás la hubiera presionado a nada, y, sobre todo, lo veía en su mirada. Solo a ella la miraba de esa forma, a nadie más, «o al menos a nadie más que yo conozca.» Se notaba algo perdida con este tema y muchas veces le habría gustado poder comentarlo con alguna mujer para que ésta le aconsejara. Por desgracia su madre había fallecido hacía ya varios años, y aunque contaba con Rhaella y Loreza, no se atrevía contarles nada. Con Loreza era por simple vergüenza, y a Rhaella no quería incomodarla más. Si bien el matrimonio entre los hermanos Targaryen era cordial, no había amor entre ellos, por lo que Joanna no quería inmiscuir a la princesa con sus propios asuntos “amorosos”. «Aunque a veces es ella misma la que se mete por medio», pensó algo abochornada al recordar que fue la propia Rhaella quien propició aquella visita clandestina que su primo había mencionado antes. De todas formas resultaba absurdo pensar constantemente en ello, pues pasaría mucho tiempo hasta que volviera a encontrarse con Tywin. Lo vería en la coronación y nada más.

Pero estaba muy equivocada, ya que esa misma tarde volvería a estar muy cerca de él, y sería ahí cuando la muchacha comprobaría que el heredero de Roca Casterly guardaba muchas facetas que ella aún desconocía.

– Rhaella, Joanna, venid –les alentó Loreza–. Los chicos están luchando.
– ¿Luchando? ¿Qué chicos? –Se alarmó Rhaella.
– Nada grave, solo están entrenando, ¡venid! –Volvió a insistir.

Estaban todos congregados en el patio de armas, como si algo extraordinario estuviera a punto de suceder, pero solo se trataba de una lucha inocente entre tres hombres mientras el resto les jaleaba. Joanna no los conocía a todos, aunque lograba distinguirlos por los blasones que adornaban sus ropas o simplemente por el color de sus cabellos. En el centro se encontraban los hermanos Luthor, Maryn y Garth Tyrell. Garth era el menor de los tres y aún así parecía el más veterano en el combate. Luchaba él sólo contra sus dos hermanos, quienes no conseguían hacerle sombra. Maryn no dejaba de despotricar cada vez que Garth golpeaba su cuerpo con la espada de madera, mientras que Luthor parecía estar más preocupado por otros asuntos y no por el entrenamiento.

– Vaya par de inútiles –señaló Lewyn Martell, el hermano menor de Loreza, que era uno de los que más animaba aquel griterío.
– ¡Deberías luchar con espadas de acero y no con esas mierdas! –Recalcó Quellon con una sonrisa, el único Greyjoy que se encontraba en el lugar.
– Entonces ya los habría matado –comentó Garth entre risas–. ¿No hay algún oponente digno para mí? ¿O acaso os aterra la idea de luchar contra mí?
– ¿Aterrados? –Murmuró un caballero pelirrojo que se acercaba al Tyrell mientras desenvainaba su espada–. Creo que no.

«Debe ser Lord Hoster Tully, el señor de Aguasdulces… se parece a su hermano.» El propio Brynden también se encontraba allí, vitoreando como el resto de los hombres.

– Por fin, espadas de verdad –dijo Quellon Greyjoy, quien se puso en pie y se acercó a los otros dos jóvenes–. Permitid que me una.
– ¿De nuevo dos contra mí? –Preguntó Garth, sonriendo con cierto orgullo mientras tiraba su espada de madera y tomaba la espada que uno de sus hermanos le ofrecía.
– No creo que esta vez te resulte tan fácil como antes –comentó Hoster.

Sin duda alguna, aquella pelea era mucho más igualada que la anterior. Los tres luchaban a la par, cada uno en su propio estilo. Garth parecía que bailaba con la espada, Hoster era más prudente pero certero, y Quellon mostraba un manejo bastante más salvaje y experimentado. Aquello animó mucho más a todos los presentes, incluida la propia Loreza. Rhaella en cambio suspiraba aburrida.

– Prefiero volver dentro con Rhaegar, aquí no pinto nada.
– Venga mujer, no seas aburrida –dijo Loreza.
– Os veré después –insistió la Targaryen, ignorando el comentario de su amiga, la cual resopló.
– Iremos en seguida, Alteza –aseguró Joanna, que tuvo que contener la risa al contemplar como Loreza la miraba con cara de pocos amigos.

Joanna siguió con la mirada a la princesa, la cual se dirigía a unos de los pórticos que daban acceso a la Fortaleza. La Lannister no se había percatado antes que, justo al lado de aquella arcada, se encontraba Aerys, apoyado contra la pared y flanqueado por Ser Harlan. El Targaryen inclinó levemente la cabeza cuando su esposa pasó a su lado y después continuó observando aquel singular combate. De vez en cuando parecía que comentaba algo con el caballero, quien también parecía estar disfrutando de todo aquello. Y a pocos metros de distancia, sentado en unos escalones, estaba Tywin, quien se mantenía serio y algo alejado de todo aquel revuelo.

La Lannister volvió a sentirse nerviosa al verle allí, primeramente porque no esperaba volver a verlo hasta la coronación, y en segundo lugar porque, extrañamente, los dos únicos hombres que habían mostrado cierto interés por ella se encontraban muy cerca el uno del otro. La chica apartó la vista e intentó concentrarse de nuevo en aquella improvisada “fiesta” entre caballeros. Por ventura o por desgracia, él no se había percatado de su presencia, por lo que no se movió de su lugar.

En cambio, el “combate” era cada vez más apasionante. Después de que Garth y Hoster se rindieran ante la experiencia de Lord Quellon, fue el joven Lewyn quien le plantó cara al Greyjoy, con una soltura poco habitual en un chico de su edad.

– ¡Ese es mi hermano! –Exclamó Loreza emocionada al ver cómo la pelea se posicionaba del lado Martell, pero con tal vorágine de gritos masculinos, su voz pasó completamente desapercibida.

Viendo que aquello se animaba cada vez más, se acercaron al centro otros dos jóvenes. Primero fue Rickard Stark, futuro señor de Invernalia, y después Ser Brynden Tully, quien parecía estar deseando luchar desde el primer momento. Los cuatro peleaban con valentía y destreza, como si supieran a cada momento cuál iba a ser el siguiente ataque de su adversario, pero el ritmo de aquella batalla era, sin duda alguna, agotador, por lo que el Greyjoy y el Stark se dieron finalmente por vencidos. En la arena estaban Lewyn y Brynden, quienes se miraban mutuamente a los ojos, ambos con una sonrisa socarrona dibujada en sus rostros. Por momentos Joanna se olvidó completamente de la presencia de Tywin, y es que aquel combate era realmente interesante. Resultaba casi embriagador ver a aquellos señores luchando de aquella manera, letales pero elegantes a la par. «Realmente la lucha es un auténtico arte.»

– ¡Me aburro! –Exclamó alguien de repente, con una voz potente y grave. Todos los presentes miraron a la misma dirección, incluidos Lewyn y Brynden, que observaron a aquel joven con cierto desprecio. Y es que resultaba prácticamente imposible que alguien pudiera aburrirse con tal espectáculo marcial.
– ¿Habláis en serio? –Preguntó Ser Brynden.
– Por supuesto – contestó Steffon Baratheon al momento–. Este combate me resulta insípido –dijo mientras se acercaba a ambos sin dejar de sonreír de aquella forma tan orgullosa–. Ya no me entretiene.
– ¿Pero éste qué se ha creído? –Murmuró Loreza con crispación.
– Estate quieta –le espetó Joanna a la vez que la agarraba del brazo para que no se lanzara contra el Baratheon.
– Si tanto os aburrís, ¿por qué no peleáis contra nosotros? –Le recriminó Lewyn a Steffon–. Tengo la certeza de que acabaré muy pronto con vuestro hastío.
– Os veo muy seguro, joven Martell –respondió Steffon al momento–, yo no me arriesgaría tanto.
– Probadme –le incitó Lewyn a la vez que le señalaba con su espada–, así podréis comprobar por vos mismo de lo que soy capaz.

Steffon, en lugar de amedrentarse, sonrió aún más y desenvainó su espada, aceptando así el reto que le proponían.

– Solo lucharé si ambos me atacáis a la vez, no quiero ir de uno en uno –dijo con altivez.
– ¿Contra Ser Brynden y Lewyn a la vez? Este Baratheon está completamente loco –dijo Loreza, que parecía que aún no acababa de creerse todo lo que estaba viendo.

Quizá estuviera loco, pero con su altivez había conseguido lo que pretendía. Tanto Brynden como Lewyn le atacaron sin más preámbulos. El joven Martell se notaba que era mucho más temperamental que el Tully, pues prácticamente no contenía su rabia al ver como aquel joven moreno se había burlado de él. Blandía su espada con fuerza y le atacaba casi con impaciencia, como si quisiera acabar rápidamente con él para demostrarle lo equivocado que estaba con respecto a sus habilidades en la lucha. Sin embargo, Steffon no borró en ningún momento la sonrisa de sus labios. Se defendía con total tranquilidad, mostrando una gran confianza en sí mismo.

– ¿Es esto todo lo que tenéis?

Aquella pregunta alteró aún más a Lewyn, que se disponía a dar su golpe final, mas Steffon se lo impidió. Con un simple quiebro desequilibró al Martell y lo dejó tendido en el suelo, completamente a su merced. Steffon le miró, arqueando una ceja, como si le estuviera cuestionando su evidente derrota, para después tenderle la mano. Lewyn chasqueó la lengua y, aunque estuvo unos segundos sin moverse, finalmente aceptó la ayuda del Baratheon para ponerse en pie.

– Vos vencéis esta vez –dijo malhumorado–. La próxima no será tan fácil –Steffon dejó escapar una sonora carcajada y le dio una palmada en el hombro a su rival.
– Será un placer volver a enfrentarme a vos.

Cuando Lewyn se retiró, el joven Baratheon alzó su mirada hacia Ser Brynden, pero éste negó con la cabeza antes de que pudiera decirle algo.

– ¿En serio? ¿Tan rápido os rendís? –Preguntó Steffon, que no solo se dirigía a Ser Brynden, sino a todos los hombres allí presentes. El joven emitió un suspiro de aburrimiento y se dispuso a envainar su espada cuando sus ojos contemplaron algo que llamó su atención–. ¡Eh! A vos no tengo el gusto de conoceros.

Todos los que allí se encontraban miraron en su misma dirección, buscando a aquella persona en concreto. Hubo un momento de duda antes de que Tywin se señalara a sí mismo.

– ¿Os referís a mí? –Preguntó con recelo.
– Por supuesto.

A Joanna casi le dio un vuelco el corazón al ver como el joven Lannister se ponía en pie y caminaba hacia Steffon, aunque parecía que su intención era pasar de largo y salir de aquel lugar.

– No tengo ningún interés en luchar contra vos –dijo justo al pasar por su lado, pero Steffon colocó su espada sobre el pecho de Tywin para impedir que éste siguiera caminando y se marchara de allí.
– ¿Ni siquiera me diréis vuestro nombre?
– No veo por qué debería hacerlo…
– Es Tywin Lannister –mencionó Lewyn a la vez que se sentaba sobre unos peldaños para descansar–, primogénito de Lord Tytos.
– Vaya… –comentó Steffon realmente fascinado, mientras que Tywin lanzaba una mirada de reproche al Martell–. De modo que sois el heredero de Roca Casterly –intervino de nuevo el Baratheon–, con un título así seguro que os han educado bien en el arte de la espada.
– Mejor que a vos –respondió el Lannister, que no se acobardaba ante aquella sonrisa de superioridad del moreno.

Todos, incluida la propia Joanna, contuvieron el aliento al escuchar esa respuesta, en cambio Steffon se echó a reír para después apartar su espada de Tywin.

– Eso tendréis que demostrarlo con hechos, no con palabras –dijo Steffon, que de nuevo se colocaba en posición de ataque–. Adelante, mostradme de lo que sois capaz.
– He dicho que no… –pero a Tywin no le dio tiempo a replicar, pues Steffon le había atacado directamente, sin miramientos. Parte de aquel improvisado público ahogó un grito, otros suspiraron, y Joanna se agarró con fuerza al brazo de Loreza. Pudo respirar con normalidad al comprobar que su primo había esquivado hábilmente el ataque y que no había resultado herido.
– Menudo susto, ¿eh? –Le murmuró Loreza a la vez que Joanna asentía.
– Vaya, vaya, vaya… –comentaba Steffon  que no separaba sus ojos de Tywin–, buenos reflejos, sin duda.
– ¿Cómo se os ocurre hacer…?

Steffon volvió a atacar de nuevo antes de que Tywin protestara, y Tywin volvió a esquivarle con soltura. Pero esta vez le había enfurecido más que antes, por lo que fue contra él sin dudar, llevando la mano a la empuñadura de su espada.

– Eso me gusta más –murmuró Steffon. Fue lo único que pudo decir antes de que Tywin le atacara. A partir de entontes, nadie volvió a abrir la boca salvo para suspirar o exclamar.

Joanna ya no sabía cuánto tiempo llevaban luchando entre ellos, pero cada movimiento era sumamente vital. No luchaban como si estuvieran entrenando. No, luchaban a muerte, como si fueran enemigos acérrimos en una guerra. Ninguno de los dos contrincantes mostraba signos de cansancio, aunque sus rostros brillaban por el sudor. Tywin atacaba con furia en los ojos, y Steffon respondía con la burla dibujada en su sonrisa. Había que parar eso de alguna manera o cualquiera de los dos acabaría herido. O en el peor de los casos, muerto. Y aún así nadie se atrevía a detener aquello, quizás por miedo a sufrir alguna herida. 

– Tengo que detener esto –dijo Joanna, que se disponía a entrometerse en aquella pelea.
– ¡Estás loca! –Susurró Loreza que la sujetaba con fuerza del brazo–. Ni se te ocurra interponerte, ¿o quieres que te maten?
– ¡Lo que no quiero es que se maten entre ellos! –Le contestó, zafándose de su agarre.
– ¡Joanna, espera!
– BASTA YA.

Aquel grito hizo enmudecer a todos los presentes. Incluso Tywin y Steffon se quedaron quietos, frente a frente, después de haber cruzado sus espadas por enésima vez.

– Ya he visto suficiente por hoy –era Aerys el que hablaba, con vehemencia y autoridad, aunque denotaba cierta impresión en su gesto–. No quiero más espectáculos como estos, ¿entendido?

Todos asintieron al momento y se alejaron, desperdigándose poco a poco. Los dos contrincantes, en cambio, no reaccionaron tan rápido. Mantuvieron su mirada fija el uno en el otro mientras envainaban sus espadas, en silencio, hasta que Steffon volvió a sonreír.

– Al fin un rival que merece la pena –confesó antes de alejarse.

Tywin frunció el ceño y observó cómo se marchaba, aún con la ira iluminada en sus ojos. Fue entonces cuando se percató de que Joanna estaba allí. Ésta suspiró al mirarle y, por primera vez en mucho tiempo, agradeció en su fuero interno que Aerys hubiera detenido aquello.

2 comentarios:

  1. Me gusta me gusta me gusta. Qué maravilla de capítulo, qué guapo. El oscurantismo y la magia de los huevos de dragón.
    Muy buena tu manera de enganchar temas y lugares, ¡y los nombres! No es sólo una historia interesante y ya, tiene criterio de realidad, es de aplaudir el conocimiento de la saga y la documentación. Y ahora el marujeo:

    TYWINNNNNNNN que me da!!!!!!! Es un machote, y ella la mejor. Y Aerys!!!! Uffff. Qué buen cierre. Ole. Capitulazo.

    Cristina.

    PD: Lo burros que son los Baratheon de siempre.

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    1. Jajaja, ¡el marujeo que no falte!

      Muy cierto lo del oscurantismo, es una faceta que está siempre presente en el mundo de Canción, y sobre todo en la familia Targaryen. Estos dragones...

      Los Baratheon son así por naturaleza, jajaja. Soy tan fan de ellos.

      Mil gracias por tu comentario y por elogiar la documentación. A veces me vuelvo un poco loca, pero merece la pena si luego me recompensáis con palabras así =D

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