Fanfic que recrea la juventud y el ascenso de Tywin Lannister al poder. Está basado en la saga de libros "Canción de Hielo y Fuego" de George R.R. Martin, por tanto ni los personajes ni los lugares me pertenecen.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Capítulo 45

TYWIN

Había pasado tan rápido que no terminaba de creerse que hubiera ocurrido de verdad. Tan pronto lo tenían todo perdido como de repente parecía que lo tenían todo bajo control. ¿A cuántos hombres había matado en esa batalla? ¿Y a cuántos seguiría matando? ¿Cuántas veces se había encontrado al borde de la muerte y la había esquivado por los pelos? Y sobre todo, ¿dónde estaban sus hermanos y sus dos amigos? Hacía demasiado tiempo que los había perdido de vista. «¿Y si…?»

No le dio tiempo a pensar en nada más, pues al momento vio como un hacha se acercaba peligrosamente hacia él. Se apartó inmediatamente, dejando que el arma continuara con su breve recorrido, pues impactó en el pecho de un mercenario que ya se encontraba a las espaldas de Tywin. Bien parecía que aquel hombre era, en verdad, el principal objetivo de aquella arrojadiza arma, pues un segundo después apareció Lord Quellon, recuperando su preciado “juguete”.

– Espabila, joven Lannister, o te matarán en dos segundos –dijo el Greyjoy sonriendo.
– ¿Y me lo tiene que decir el que ha tardado semanas en llegar? –Comentó Tywin algo indignado.
– Ya, ya –intentó calmarlo Quellon, sin dejar de sonreír–, nos hemos demorado un poco. Pero ha merecido la pena, ¿no crees?

Tywin miró hacia la costa y suspiró levemente al ver de nuevo aquella muestra de poder.

– Sí, eso parece –contestó finalmente.
– No te relajes aún, esta batalla todavía no está ganada –dijo antes de enfrascarse en una nueva pelea.

Y llevaba razón, aún no había terminado, pero, ¿acaso había algún motivo por el que preocuparse? La victoria ya estaba clara, sólo tenía que buscar a sus camaradas e implorar porque no se hubieran perdido muchas vidas. Caminó alerta, buscando por todos lados y defendiéndose de los mercenarios que aún aguantaban en pie. Mató a dos de ellos antes de encontrarlos.

– Kevan –susurró Tywin mientras corría hacia él. Su hermano estaba lleno de heridas y suciedad, lo cual le preocupó bastante en un principio hasta que vio a Aerys, que se encontraba a su lado, ayudándose del Lannister para poder mantenerse en pie–. Aerys, estás hecho un desastre –el aludido miró hacia Kevan con cara de pocos amigos mientras el rubio alzaba las cejas.
– Como ves, tienes peor aspecto que yo –comentó Kevan.
– ¡Tywin!

El mayor de los hermanos se giró al escuchar la voz de Tygett, al que no había vuelto a ver desde que éste saltara del bote. Su impresión no fue tan grave después de ver el estado en el que se encontraba Aerys, pero sin duda el aspecto de su hermano menor tampoco le pasaba desapercibido.

– Pero qué infiernos… –consiguió decir Tywin al verlo lleno de sangre. Sangre que no era suya–. ¿A cuántos hombres has matado?

La única respuesta que Tygett le dio fue la de encogerse de hombros, y Tywin finalmente decidió que quizás fuera mejor no conocer la respuesta.

– Ayuda a estos dos –le ordenó, mostrándose lo más impasible que podía–. Yo iré a buscar a Steffon, ¿le habéis visto?
– ¿Me buscabas, amigo Lannister?

Aquel maldito apodo… Tywin resopló, sabiendo que el Baratheon estaba justo detrás de él, dispuesto a soltar alguna de sus bromas.

– Vaya Aerys, das pena. ¿Qué infiernos te ha pasado? –Comentó el moreno al reparar en la presencia de los demás.
– Gracias por tu preocupación, Steffon, pero estoy perfectamente –contestó éste malhumorado.
– Cualquiera lo diría. Bueno, sólo quería cerciorarme de que estabais bien. Han perecido muchos de los nuestros en esta batalla.
– Batalla que aún no termina.
– Sí –Steffon resopló pero al momento sonrió de nuevo, desenvainando sus dos espadas–. Voy a ver si cazo a algunos mercenarios –dijo sin más antes de salir corriendo, dejando a sus amigos completamente desconcertados.
– Completamente loco –indicó Aerys segundos después.
– Ni sé de qué nos sorprendemos –comentó Tywin–. Iré con él, no he sufrido ningún daño, así que puedo luchar.
– Voy contigo –dijo Tygett.
– No –le cortó Tywin rápidamente–. Tú cuida de que a los dos enfermos no les pase nada. Ya has tenido demasiada sangre por hoy.
– Vamos Tywin, no seas amargado –se quejó.
– Tyg… –habló Kevan esta vez–, venga, échame una mano. No estoy tan bien como aparento –dijo con total tranquilidad a pesar de sus heridas.
– En seguida estaré con vosotros –comentó Tywin–, y ni si te ocurra sacarte esa flecha hasta que yo llegué –le indicó a Kevan.
– Puedes estar tranquilo, no tengo ninguna prisa por quitarla –dijo forzando una leve sonrisa.

Tywin finalmente se giró y corrió en la misma dirección que Steffon, dispuesto a meterse de lleno en aquella marabunta. Por el camino se cruzó con algunos rezagados que se tiraban directamente hacia él, con sangre en la mirada. «¿Éste es el instinto de los mercenarios?» Al joven le sorprendió que, estando la situación tal y como estaba, aquel ejército de mercenarios siguiera luchando con tal instinto asesino, pero, viendo que estaban completamente rodeados, era simple cuestión de tiempo que estos se retiraran si no querían acabar completamente masacrados. Y si Steffon y Tywin continuaban luchando, era sólo para que aquello terminase cuanto antes. No eran los únicos, pues los grandes soldados de su ejército seguían en pie: Ormund, Hightower, Selmy, Ser Tully y Ser Martell. A pesar de todas las bajas y de todo el peligro por el que habían pasado, sus líderes seguían aguantando, luchando hasta el final, hasta la última gota de sangre. Hasta el último hálito.

– ¡¡PADRE!!

El grito de Steffon retumbó, tan agonizante que bien podría haberse destrozado la garganta, desgarrándose a él mismo y a todos los que se encontraban allí. Y es que aquel grito sólo podía significar una cosa.

«No puede ser verdad

Tywin se giró y contempló una escena que sabía que jamás podría olvidar: Steffon arrodillado, asiendo a su padre entre sus brazos mientras intentaba por todos los medios parar la hemorragia que tenía en el pecho. Lord Ormund tenía el rostro contraído en un gesto de dolor, apretando los dientes y con los ojos cerrados, mientras que su hijo no dejaba de llamarle.

– Padre, padre tranquilo…
– Steff… -Lord Ormund volvió a contraer el gesto, tosiendo y escupiendo sangre.
– No, no hables, no hables –decía Steffon en un tono desesperado y nervioso, como nunca antes lo había visto.

Lord Ormund abrió los ojos con gran esfuerzo, como si lo único que quisiera en ese momento fuera ver a su hijo por última vez. Al hacerlo, se le dibujó una amplia y sincera sonrisa en su cara.

– Mi único hijo… un chico imprudente… y rebelde… pero también sé que no podría tener mejor sucesor… Confío plenamente en ti, Steffon… Serás un gran Lord, un gran Baratheon –volvió a toser antes de continuar–. Cuida de tu madre y cuídate también de ti mismo –dijo riendo levemente.
– ¿De qué hablas, padre?
– Cuídate... y vive por muchos años… tienes tanto que ofrecer al mundo… –volvió a sonreír antes de que el brillo de aquellos ojos azules se apagara, algo que Steffon debió apreciar en seguida, mas no por ello dejó de mirarle.
– ¡RETIRADA!

Tywin miró alrededor y comprobó que, por un momento, se había olvidado de todo lo que le rodeaba. Ni siquiera recordaba que seguía en medio de una batalla. Las tropas de Maelys abandonaron el campo de batalla tan rápido como les fue posible, corriendo hacia la costa contraria. El Lannister suspiró agotado, clavando la espada en el suelo y apoyándose en ella para mantenerse en pie, liberando por fin toda la tensión que había acumulado. Cuando pasaron unos segundos, después de haber respirado profundamente, se atrevió a alzar la cabeza de nuevo. Steffon abrazaba fuertemente a su padre, agarrándolo con fervor como si así consiguiera devolverlo a la vida. Tywin envainó la espada y se acercó lentamente a él, arrodillándose cuando llegó a su lado. Comprobó que el moreno estaba sumamente tranquilo; respiraba con calma y no lloraba, pero mantenía el rostro escondido en el hombro de su padre.

– Steffon –murmuró.
– Ahora no, Tywin. Déjame –contestó con serenidad.
– No puedes quedarte aquí, no hay nada que puedas hacer.
– Vete.
– Steffon...
– ¡Lárgate! –Exclamó finalmente con furia, enfrentando su mirada con la de Tywin y agarrándole del cuello con rabia. El Lannister, a pesar de lo inesperado de aquella reacción, pudo mantener la calma, y sin separar la mirada, colocó su mano sobre el brazo del Baratheon.
– Está bien, ya me voy… pero primero tendrás que soltarme.

El moreno no dijo nada. Simplemente le soltó y volvió a desviar la mirada hacia su padre. Curiosamente, el aspecto de Lord Ormund era increíblemente bueno. Si no fuera por aquella herida tan aparatosa, cualquiera habría pensado que simplemente aquel hombre estaba durmiendo. De hecho, había muerto sonriendo, y esa sonrisa aún perduraba en su rostro.

Tywin palmeó la espalda de Steffon y, sin decirle nada, se puso en pie y se alejó de allí. «Tengo un hermano al que curar y un príncipe al que atender


...

– Deja de gritar –murmuró Aerys, prácticamente siseando las palabras.
– No estoy gritando –se quejó Tygett.
– Entonces deja de hablar, tu voz me perfora la cabeza.

Tygett miró a Tywin como si le pidiera su apoyo, pero éste sólo se encogió de hombros y le hizo un gesto para que lo dejase estar.

– ¿De verdad podemos confiar en que un hombre así vaya a ser nuestro rey? –Le susurró Tygett al oído para que el Targaryen no le escuchara.
– No bromees con esos asuntos, le han dado un buen golpe en la cabeza… Anda, deja de quejarte y ve a por lo que te he pedido. Ya sólo queda lo más complicado.
– Siempre soy la mula de carga –bufó enfadado.
– No grites… -siseó Aerys de nuevo.
– ¡Ah! –Gritó esta vez, con fuerza–. Maldita sea, será mejor que me vaya de aquí –dijo antes de salir de la tienda. En cuanto se fue, Aerys se dejó caer en el lecho y resopló aliviado.
– Maravilloso silencio –murmuró.

Tan sólo había transcurrido una hora tras la retirada de las tropas Fuegoscuro, pero había sido tiempo suficiente para organizar el campamento en esta nueva isla. Los Greyjoy habían ayudado con esa tarea, mas ellos preferían dormir en sus barcos antes que en tierra firme.

Después de tenerlo todo preparado, Tywin comenzó a preocuparse de los dos heridos. Aerys era el que, quizás, se encontrara en peor estado, pues continuaba algo aturdido y desubicado, como si estuviera en otro lugar. El Lannister le echó agua fría en el rostro y en la cabeza, aprovechando para limpiarle la herida. Después dejó que se tumbara en el lecho y le prohibió terminantemente que se moviera de allí, aunque realmente Aerys no tenía ninguna intención de levantarse.

Kevan tenía mejor aspecto, o al menos eso era lo que parecía a simple vista. La herida de la rodilla no era nada importante, y los diversos rasguños sanarían con rapidez. El problema era la flecha, esa maldita flecha. Tywin se percató de que su hermano no movía el brazo absolutamente para nada, pero cada vez estaba más y más pálido.

«Se hace el fuerte pero está sufriendo por el dolor… Le molesta constantemente aunque mantenga el brazo inmóvil

– Ya estoy aquí –anunció Tygett minutos después.
– Mierda –se quejó Aerys mientras se tapaba el rostro con un brazo e intentaba no escuchar nada.
– ¿Has traído lo que te pedí? –Preguntó Tywin.
– Sí –dijo pasándole una botella–. Es lo más fuerte que he encontrado.
– Servirá –dijo el mayor después de destapar la botella y oler lo que había en el interior–. Kevan, tienes que beberte esto –indicó tendiéndole la botella.
– Prefiero no beber –dijo el joven, cada vez más nervioso.
– Oh vamos, ¡queremos emborracharte! –Exclamó Tygett, provocando que Aerys gruñera–. Así podremos hacer lo que queramos contigo.

Kevan miró a Tywin con algo de miedo, y éste a su vez miraba a Tygett con furia.

– No vuelvas a bromear con estos temas –le increpó mientras le daba la botella a Kevan–. No será muy eficaz pero en cierta forma emborracharte hará que te duela menos.
– No será necesario –volvió a repetir el segundo de los hermanos.
– Lo será –dijo Tywin mirándole–. Tú también sabes que dolerá, lo has visto muchas veces. Confía en mí.
– Guaperas, si no confías en él, no sé en quién lo harás.

La aparición de Steffon fue tan repentina que incluso Aerys se levantó con rapidez del lecho donde intentaba descansar, perdiendo ligeramente el equilibrio al hacerlo. Por suerte, Tywin estaba lo suficientemente cerca de él para agarrarle del brazo y sostenerlo.

– ¿Qué te dije antes? –Le recriminó.
– A sus órdenes, Lord Gruñón –dijo Aerys, volviéndose a tumbar.
– Oh, ese apodo me gusta más: "Lord Gruñón". Suena bien –comentó Steffon con una leve sonrisa mientras se sentaba cerca de Kevan–. ¿Qué tal estás?
– He tenido momentos mejores –respondió el joven.
– Sí… yo también –dijo antes de mirar a un Tywin que estaba algo desconcertado con la presencia del Baratheon, pues realmente no sabía cómo actuar con él en ese momento–. Vamos Kevan, sé obediente y bébete esa botella. Pégate el festín de tu vida.

Después de mirar a todos los que se encontraban allí, Kevan suspiró y, dándose por vencido, le dio un buen sorbo a aquella botella, poniendo cara de asco al momento.

– ¿Qué mierda es esta?
– Una mierda curativa –dijo Steffon, arrebatándole la botella para derramar algo del contenido sobre la herida de Kevan, quien se quejó al momento–. Sigue bebiendo –le ordenó de nuevo a la vez que le tendía a Tygett un pequeño puñal–. Con esto será suficiente. Ponlo al fuego.

El menor de los hermanos obedeció al momento mientras Kevan, consciente de lo que estaba a punto de pasar, continuaba bebiendo como un autómata, sin querer mirar a nadie ni a nada, por lo que mantenía sus ojos cerrados. Tywin aprovechó ese momento de "distracción" para colocarse justo delante de él y, sin titubear, agarrar el extremo de aquella flecha para introducirla aún más en el cuerpo de su hermano, provocando que la punta de la flecha saliera por detrás. Aquello tomó a Kevan tan desprevenido que apenas se quejó, pues sólo apretó los dientes con fuerza y dejó caer la botella al suelo, mas no ocurrió lo mismo cuando Steffon cerró la herida con la hoja de aquel puñal al rojo vivo. Tywin tuvo que sujetar a su hermano para que se mantuviera quieto y, aunque apenas fueron unos segundos, le pareció una auténtica eternidad. Tygett se encontraba cerca, contrayendo el gesto ante el olor de la carne quemada, mientras que Aerys permanecía estático y en absoluto silencio, sin dejar de observar aquella escena. No fue hasta que Steffon apartó el puñal, que Tywin se percató de que el príncipe no se había quejado en ningún momento a pesar de aquel alboroto.

– Ya está, guaperas –dijo Steffon justo antes de que Kevan se dejara caer sobre su hermano, el cual aún le tenía bien sujeto.
– Ese vino… era demasiado malo –murmuró, empapado en sudor.
– Te vendrá bien para dormir –comentó Tywin, dejando que Kevan se recostara sobre el lecho–. Intenta descansar.
– Sí, junto al bello conquistador –dijo el Baratheon.
– Cállate –le ordenó Aerys, volviendo a tumbarse y maldiciendo por lo bajo, mas Steffon ignoró por completo sus quejas y se acercó hasta él para continuar conversando.

Tywin, viendo que su hermano ya se encontraba mucho más tranquilo, lo dejó descansar y salió de la tienda para respirar aire puro e intentar desconectar de todo lo que le rodeaba. Aquella batalla había sido hasta ahora la más peligrosa de su vida, y, sin duda alguna, también la más agotadora. Quiso dejar la mente en blanco durante un momento, y lo consiguió hasta que, varios minutos después, escuchó a alguien que se le acercaba por detrás.

– Los dos enfermitos duermen. Y deben estar soñando con bellísimas doncellas porque ni siquiera se mueven cuando les grito.
– ¿Les has gritado mientras dormían? –Le preguntó perplejo.
– Sólo para comprobar si la cabeza de Aerys volvía a la normalidad –Tywin negó con la cabeza al oír aquella respuesta.
– Sólo a ti se te ocurriría hacer algo así.
– No me negarás que son grandísimas ideas –dijo sonriendo.
– Tsk –Tywin miró durante unos segundos al Baratheon–. No hace falta que sonrías tanto. Por mucho que quieras ocultarlo, no lo consigues.
– ¿Ocultar el qué? ¿A qué te refieres?
– Es más que evidente, idiota.


Steffon esta vez no contestó como hubiera hecho en cualquier otra ocasión, no entró al juego. Ni sonrió ni le devolvió el insulto, sino que le lanzó una mirada de odio bastante poco habitual en él.

– Habla con claridad, Tywin –dijo muy serio, masticando cada palabra.

Antes de contestarle, Tywin agarró por el cuello a su amigo, tal y como él le había hecho tan solo unas horas antes. Había sido un movimiento tan rápido e inesperado que Steffon realmente tardó en reaccionar.

– ¿Qué… haces? –Preguntó con cierta dificultad.
– No intentes aparentar una normalidad que no existe –dijo el Lannister con seriedad–. Me irrita verte actuar de esta forma… Me dan ganas de pegarte una paliza.
– ¡¿Qué demonios estás diciendo?! –Gritó Steffon sumamente enfadado, apartando el brazo de Tywin de un sólo golpe–. ¡¿A qué esa actitud?! ¡¿Acaso crees que me conoces?! –Preguntó lleno de rabia a la vez que se abalanzaba sobre él, dispuesto a propinarle un puñetazo en la cara. Mas Tywin conocía perfectamente las debilidades de Steffon, y una de ellas era precisamente cuando se encontraba tan alterado como estaba en ese momento. Bajaba la guardia y no era tan certero en sus golpes, «aunque si consigue acertar, soy hombre muerto…»

A pesar de todo, era realmente complicado que el Baratheon pudiese vencer al Lannister mediante la fuerza bruta. Si por algo se caracterizaba Tywin aparte de su inteligencia, eran sus reflejos, y él más que nadie sabía perfectamente cómo esquivar los ataques de su compañero. Esta vez, no fue una excepción. Esquivó el primer puñetazo, volvió a hacer lo mismo con el segundo, y el tercero lo paró con su propio brazo, para acto seguido propinarle un derechazo en el estómago que hizo que el moreno se doblara de dolor.

– ¡¿De verdad quieres que te dé una paliza, Steffon?!

El aludido sólo soltó un gruñido, furioso y sin darse por vencido, dispuesto a erguirse de nuevo para darle su merecido al Lannister. Éste, viendo las intenciones del moreno, no dudó ni un sólo segundo e impactó otro puñetazo en su estómago, impidiendo así que consiguiera volver a ponerse recto.

– ¡BASTA! –Gritó el moreno, agarrándole los brazos con fuerza–. Maldita sea, Tywin. ¡¿Es esto lo que quieres?! –Preguntó nada más alzar el rostro.

Estaba llorando. Aquel muchacho robusto, socarrón y de amplia sonrisa, estaba llorando. Tywin no se sorprendió al verlo así, de hecho su cara no pareció mostrar ningún tipo de emoción al respecto. Él simplemente esperó a que Steffon aflojara un poco su agarre y, cuando finalmente lo hizo, sólo se acercó para abrazarlo y dejar que siguiera llorando.

4 comentarios:

  1. Es un capitulo muy intenso :( En verdad lo siento por Steffon :(( Y a ti te felicito, escribes super bien ❤️

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    1. Millones de gracias :D Es genial ver que la historia os sigue gustando capítulo a capítulo, más ahora que no hay nada de romance jaja.

      Mi pobre Baratheon :(

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  2. Muy bueno como siempre. Ahora a Tygett lo llamaran el león rojo ok no. Y después de esa cura Kevan se volvió alcohólico(?

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    1. Jajajaja, habría que ver a Kevan borracho, ¡sería muy divertido! En cuanto a lo del león rojo... juju, ¡mejor no digo nada!

      ¡Gracias por comentar y darle siempre un toque de humor! :D

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