TYWIN
La
ceremonia de coronación fue realmente austera, más teniendo en cuenta que los
Targaryen eran muy propensos a celebrar este tipo de actos por todo lo alto.
Pero esta coronación no venía precedida solo por la muerte del anterior rey,
sino por una tragedia que se había cobrado la vida de varias personas. Podía
decirse que la sala del Trono de Hierro estaba prácticamente vacía. Jaehaerys
ya había ocupado su puesto en el susodicho trono, con la corona de los tres
dragones sobre su cabeza y recibiendo el juramento de todos los señores de
Poniente. Le custodiaban Ser Harlan y Ser Gerold, de momento los únicos
integrantes de la Guardia Real. Su esposa y también hermana se mantenía a su
lado, en pie, asintiendo a la misma vez que su marido, mientras que sus hijos,
los nuevos Príncipes de Rocadragón, se encargaban de atender a los demás
presentes por el resto de la sala.
El
Lannister estaba ya harto de tanta vigilancia, así que buscó la manera de salir
de allí sin que nadie le molestara, tarea que le resultó imposible pues al momento
sintió como alguien pasaba un brazo por detrás de sus hombros.
–
¿Huyes, amigo Lannister? –Le preguntó Steffon, con aquella sonrisa tan típica
en él y sin separar su brazo, como si se conocieran de toda la vida.
–
¿Desde cuándo soy yo vuestro amigo? –Le espetó Tywin, apartando el brazo del
moreno.
–
Eh, calma, he venido en son de paz –dijo alzando las manos, aunque la picardía
no se borraba de su rostro.
–
¿Qué queréis? –Preguntó Tywin, dirigiendo su mirada a otro lugar. Lo que menos
le apetecía en ese momento era hablar con tal “sujeto”.
–
Sólo conversar. Tampoco es necesario que me trates con tanto respeto, ¿eh? Después
de todo soy más joven que tú y ayer cruzamos nuestras espadas hasta casi la
muerte. Esa es toda una prueba de amistad.
–
¿Vos creéis?
–
¡Por supuesto! –Exclamó. Tywin le lanzó en ese momento una mirada de reproche y
luego respiró hondo.
–
¿Estáis seguro de que no sufristeis algún daño en esa cabeza vuestra? Porque
jamás imaginé que alguien a quien he estado a punto de matar me considerara su amigo.
Steffon
empezó a reír, tan escandalosamente que varios de los que se encontraban a su
alrededor le miraron sin comprender. Tywin ya tenía suficiente con aguantar las
miradas de Aerys, no necesitaba más.
–
Realmente eres un hombre muy interesante –dijo el moreno cuando sus carcajadas
pararon–. Creo que tú y yo haríamos un buen equipo.
–
Permitidme que lo dude.
–
Vamos Tywin, no seas cascarrabias. Debemos aprovechar este acontecimiento para
conocernos mejor. ¿Cuándo regresarás a tu hogar?
–
Esta misma tarde –respondió, aliviado al saber que no tendría que soportar más
al joven Baratheon.
–
Vaya, me temo que eso no va a ser posible, mi querido amigo.
–
¿Por qué? ¿A qué os referís? Y no soy vuestro amigo.
–
Mi padre, al comprobar que tú y yo hemos iniciado una bonita amistad… –Tywin se
crispó al oír de nuevo aquella palabra–, me pidió que te avisara yo mismo.
–
¿Avisarme sobre qué? –Preguntó de nuevo el rubio, ya a punto de perder la poca
paciencia que le quedaba.
–
Quiere hablar contigo esta tarde para solicitarte algo. Asegura que es
importante.
–
¿Y qué puede querer vuestro padre de mí?
–
Mi padre no, los Targaryen.
–
¿Qué? –Tywin frunció el ceño, no comprendía absolutamente nada.
–
Ah, ¿no lo sabes? –Steffon volvió a reírse y le dio una fuerte palmada en la
espalda–. ¿Pero en qué mundo vives, Tywin? Mi padre será la nueva Mano del Rey. Jaehaerys se lo pidió ayer durante la comida y él aceptó.
–
Comprendo –murmuró Tywin, recordando cómo se había librado de aquella comida
para ver a Joanna.
–
Lo dicho, nos esperará a ambos en la sala del consejo.
–
¿A ambos?
– Oh, sí, ¿no te lo dije? Por lo visto a mí también quieren comentarme algo "sumamente importante" –dijo remarcando las últimas palabras.
– Oh, sí, ¿no te lo dije? Por lo visto a mí también quieren comentarme algo "sumamente importante" –dijo remarcando las últimas palabras.
En
aquel momento Tywin sentía que las miradas de Aerys eran cada vez más
abrasadoras. Estaba claro que él tenía algo que ver en todo esto, pero no podía
explicar el qué, por más que lo pensara.
Cuando
por fin logró zafarse de Steffon Baratheon y salir de aquel maldito lugar pudo
respirar con tranquilidad, aunque aquella petición le extrañaba de
sobremanera. No tenía la menor idea de lo que Aerys podía querer de él. Ni
siquiera lo conocía, «¿por qué tanto interés de repente?»
–
¿Mi señor?
De
nuevo alguien volvía a interrumpir sus pensamientos, pero aquella voz era mucho
más agradable que la de Steffon.
–
Joanna –murmuró Tywin al girarse y comprobar que, efectivamente, era ella.
–
¿Ocurre algo? –Le preguntó mientras se acercaba, haciendo un gesto para que la
otra doncella que la acompañaba siguiera adelante–. En seguida voy –le dijo a
la chica.
–
No lo sé exactamente –Joanna le miró extrañada, pero Tywin no continuó hasta
que la otra doncella se hubo alejado lo suficiente–. La Mano del Rey ha
solicitado una audiencia conmigo. Por lo visto los Targaryen precisan algo de
mí y creo que se trata de Aerys.
–
¿Aerys? –Repitió Joanna, mostrándose incluso más confundida que él–. ¿Por qué
pensáis que se trata de él?
–
No ha dejado de mirarme durante toda la ceremonia de coronación –respondió
crispado–. Creí que tú podrías saber algo de todo esto, prácticamente convives
con ellos, pero veo que estás tan aturdida como yo.
–
Es realmente extraño –susurró, apartando la mirada de él, algo que levantó las
sospechas de Tywin–. Tengo que dejaros –murmuró la joven poco después–, la princesa
acaba de solicitar nuestra presencia.
–
Comprendo.
Y
sin más preámbulos Joanna fue alejándose de él, sin volver la vista atrás.
Aquello le desconcertó por completo. «Joanna
jamás se ha comportado así, prácticamente ha salido corriendo, como si quisiera
huir de mí.» Tenía la sensación de que la joven le estaba ocultando algo y
eso le molestaba en exceso. Más si se trataba de ella.
No
estaba precisamente de buen humor cuando, a la tarde, entró en la Sala del
Consejo, mucho menos al ver que Steffon ya estaba allí.
–
¡Tywin! –Exclamó al verle, acercándose y dándole de nuevo una palmada en el
hombro. «Parece que ésta es su habitual
forma de saludar», pensó irritado–. Maldito seas, hoy te escapaste sin
siquiera despedirte, ¿es que nadie te enseñó modales? –Le preguntó el
Baratheon. «¿Acaso alguien te los enseñó
a ti?» Pensó Tywin al momento.
–
Tywin Lannister… –un hombre idéntico a Steffon, solo que más corpulento y con
varios años más, se acercó a él–. ¿Entonces eres tú el que casi mata a mi hijo
durante un “entrenamiento”?
–
Más bien fue al contrario, padre –murmuró Steffon haciendo un mohín. Tywin le
miró con suspicacia antes de volverse para contestar a Lord Ormund Baratheon,
quien ya portaba la insignia de la Mano del Rey sobre el pecho.
–
Así es, señor –respondió secamente. Ormund sonrió y, aunque su sonrisa era
también muy similar a la de Steffon, ésta no denotaba ningún atisbo de
prepotencia. Solo transmitía amabilidad.
–
Me alegra saberlo –comentó–, ya es hora de que alguien ponga en raya a mi hijo.
–
¡Padre! –Gritó Steffon mientras el aludido se reía. «¿Acaba de felicitarme porque casi maté a su hijo? Familia de locos…»
–
Bueno, vayamos al grano: tengo una petición que haceros a ambos.
Tywin
le miró con gesto serio, esperando a que continuara. En cambio a Steffon no
parecía importarle mucho ese asunto, de hecho se mostraba más indignado por lo
que su padre había dicho anteriormente.
–
El príncipe Aerys solicita vuestros servicios como sus pajes reales –explicó.
–
¿Cómo? –Preguntó Tywin, que no se creía lo que acababa de escuchar–. ¿Sus
pajes? ¡Yo no soy ningún criado!
–
No os requiere como sus criados, sino como sus acompañantes, como sus manos
derechas. Parece que quedó realmente impresionado con vuestra lucha y por eso
os ha elegido a vosotros.
–
Esto es una locura –empezó a hablar Tywin–, tengo otros asuntos más importantes
que atender en la…
–
¡ES GENIAL! –Exclamó un eufórico Steffon, interrumpiendo a Tywin y ya sin rastro
alguno de su infantil enojo–. Así pasaremos más tiempo juntos, amigo Lannister
–mencionó antes de darle otro manotazo en el hombro.
–
No creo que pueda aceptar esta solicitud –explicó algo irritado.
–
¡Vamos! ¿Otra vez vienes con esas?
–
Te suplico que lo medites con más tiempo –le pidió Ormund–, ser los compañeros
del Príncipe de Rocadragón es algo que nadie pasará por alto. Serás mucho más
que el hijo de Lord Tytos Lannister. Reconsidéralo, ¿de acuerdo?
Tywin
salió de aquel lugar después de prometerle a la Mano que pensaría detenidamente
en aquella solicitud, pero lo cierto es que no tenía nada en lo que pensar. La
situación ya era lo suficientemente complicada en las Tierras de Occidente como
para marcharse de allí en ese momento. No, no iba a quedarse en Desembarco
disfrutando de los placeres de la realeza cuando su familia se enfrentaba a una
inminente traición.
Se
disponía a salir de la Fortaleza cuando volvió a cruzarse con Joanna por los
pasillos. Esta vez iba ella sola, pero al verla no experimentó la misma alegría
que la vez anterior. De hecho estaba furioso, y no albergaba ningún interés en
hablar con la chica, al menos no en ese momento. Intentó pasar de largo, aunque
supuso que eso sería imposible.
–
¿Mi señor? –Murmuró Joanna, observándole confundida–. ¿Os encontráis bien?
–
Perfectamente –contestó sin mirarla–, solo quería tomar un poco de aire
fresco, si es que se puede decir que el aire de Desembarco es fresco, porque yo
juraría que es putrefacto –añadió con altivez y encogiendo los hombros.
– ¿Seguro
que estáis bien? –Volvió a preguntar la chica, realmente preocupada–. Nunca os
había visto así.
–
Será porque nunca has visto cómo reacciono ante las mentiras.
–
¿Mentiras? ¿A qué os referís? ¿Tan grave ha sido esa reunión con Lord
Baratheon?
–
La reunión ha sido de lo más amena –comentó con ironía, lanzándole en aquel
momento una mirada cargada de rabia y dispuesto a marcharse sin añadir ni
una sola palabra más, pero Joanna agarró su brazo en ese mismo momento,
impidiendo así su marcha.
–
Me estáis ocultando algo –murmuró Joanna, mostrándose algo impaciente–, y no me
gusta vuestra forma de mirarme.
–
Tendrás que acostumbrarte, no puedo cambiar de ojos.
–
¡Basta ya, Tywin!
El
joven aspiró aire con fuerza, mas no pudo relajar su contraído rostro. Joanna
comenzaba a mostrarse tan furiosa como lo estaba él, por lo que le incentivó a
que siguiera caminando: – No quiero discutir aquí con vos –susurró la chica sin
soltarle.
Le
llevó de nuevo hasta su habitación, sin mencionar ni una sola palabra durante
el camino. Una vez dentro cerró la puerta y volvió a encararlo con la mirada.
–
¿Y bien? –Preguntó ella.
–
¿Y bien qué?
–
¿No pensáis contarme el motivo por el que estáis tan disgustado conmigo?
–
¿Acaso no lo sabes ya?
–
No tengo ni la más mínima idea.
–
No mientas, Joanna… no me hagas creer que no sabías nada de esto. Antes
prácticamente saliste corriendo para no decirme nada. ¡Me rehuiste!
–
¡Eso no es cierto! Ya os lo dije, tenía asuntos que atender.
–
Sí, sí, claro, “asuntos” –comentó Tywin con sorna, poniendo los ojos en blanco.
–
Comenzáis a exasperarme…
–
Tú lo sabías, Joanna –le recriminó el joven, acercándose a ella–, sabías que
Aerys me quería como su paje real.
–
¿Qué? –Preguntó la chica, abriendo los ojos de par en par y mostrándose
realmente sorprendida, algo que hizo dudar a Tywin durante un instante.
–
No finjas sorpresa, tú lo sabías. Por eso huiste.
–
Tywin, yo no sabía nada de eso.
–
Ya… –renegado se dio la vuelta, aunque no llegó a salir de la habitación.
–
Aún así no entiendo por qué habría de ocultaros algo así, ni tampoco comprendo
vuestro enfado por la posición que se os ofrece.
–
No quiero esa posición, no la necesito. Yo no soy el criado de nadie, y como
paje dudo que pueda ayudar a mi familia en algo.
–
Tenía entendido que las revueltas de los Tarbeck estaban más que solucionadas.
–
Sí, eso es lo que todos creéis, que los Tarbeck ya se han dado por satisfechos
y solo quieren paz. Por todos los Dioses, Joanna, te hacía más inteligente.
–
¿Ha habido algún ataque recientemente? –Preguntó la chica sin acobardarse.
–
No –respondió Tywin a regañadientes.
–
¿Alguna pista o señal de una inminente revuelta? –El chico chasqueó la lengua ante
la insistencia de la joven.
–
No –murmuró con desgana.
–
Entonces no comprendo por qué tanta preocupación. Estaréis en la capital, con
la familia real… Si se diera alguna revuelta os enteraríais en seguida.
–
Pero si estuviera en la Roca a lo mejor podría evitar que sucediera.
–
¿Y rechazar esta posición por algo que ni siquiera podéis asegurar que
ocurrirá?
–
Ocurrirá, estoy seguro.
–
¿Ah, sí? ¿Cuándo, mañana? –Tywin frunció el ceño ante el atrevimiento de
Joanna.
–
¿Me estás desafiando?
– ¡Intento haceros entrar en razón! Y dudo que
Aerys os requiera como su criado, ya tiene demasiados. Él considera a sus pajes
como sus consejeros, algo similar a lo que es la Mano para el Rey.
–
¿Y crees que eso debería enorgullecerme?
–
Debería –remarcó Joanna, visiblemente enfadada–. Es todo un prestigio ser la
persona de confianza del futuro rey. Además, creí que el hecho de permanecer
aquí os haría feliz.
–
¿En serio? –Tywin soltó una carcajada llena de sarcasmo–. ¿Y por qué debería
hacerme feliz el vivir en la capital?
–
Porque pasaréis más tiempo conmigo, ¿o acaso mentisteis al decir que estabais
enamorado de mí?
Aquello
fue un golpe bajo para Tywin, que abrió los ojos con sorpresa pero sin ser
capaz de mover ni un solo músculo durante varios segundos. Finalmente logró
sobreponerse y se acercó a ella, visiblemente molesto.
–
Jamás mentiría en un asunto como ese, no sé cómo podéis dudarlo.
–
Entonces debe ser que ya no sentís tal amor por mí.
–
¡Por supuesto que lo siento! –Gritó Tywin, sin poder contenerse más.
–
Pues si tan enamorado estáis de mí no debería preocuparos tanto vuestra
ausencia en la Roca, ya que aquí estaréis a mi lado.
Tywin
apretó con fuerza la mandíbula, sin dejar de mirar a Joanna a los ojos. Quería
argumentar algo más, pero no sabía cómo hacerlo. Al final fue ella la que se
separó y abrió la puerta de la habitación.
–
Por mi parte ya está todo dicho. No tengo nada más que objetar. Si vos tampoco
tenéis más que decir, os ruego que salgáis de aquí.
El
chico la fulminó de nuevo con la mirada mientras se aproximaba a la salida.
–
Yo he sido sincero contigo –dijo al situarse a su lado–, me preguntaba si tú lo
seguirás siendo conmigo.
–
Por supuesto –respondió Joanna con seriedad.
–
Entonces responde a mi pregunta. Yo he confesado mis sentimientos, por segunda vez.
¿Puedes tú hacer lo mismo?
Joanna
no mudó el rostro ante aquella pregunta, no hizo ni un solo gesto relevante.
Simplemente se mantuvo en silencio varios segundos antes de responder.
–
Esa es una cuestión que ahora mismo no puedo responder.
Me hacen gracia los Baratheon XDDD Son muy simpáticos y abiertos. Tywin tiene genio, ¿eh? Pero a Joanna no le da miedo y eso me gusta. ¡Ganas de más!
ResponderEliminarSí, sí, Tywin tiene mucho carácter, y Joanna también xD De aquí puede salir de todo. Me encanta escribir a los Baratheon, soy tan fan de ellos, jajaja.
Eliminar¡Gracias por comentar moza!
si a mi también me encantan los Baratheon, quiero beso ya porfaa T.T
ResponderEliminarJajajaja, creo que os estoy haciendo sufrir mucho con la parejita Lannister. Lo bueno se hace esperar ;)
Eliminar¡Gracias por comentar!
uff excelente capitulo , espero ansioso el siguiente. felicidades por todo esto!!!
ResponderEliminar¡Mil gracias! Espero tener suficiente inspiración y publicar cuanto antes :D
EliminarHace tres dias que descubri tu relato y me ha fascinado. Ahora espero el proximo...... muchas gracias
ResponderEliminarGuau, ¡muchas gracias! Si lo descubriste hace poco significa que has tenido una buena maratón de lectura, jaja. Me alegra que te haya gustado y espero que siga así :D
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